Verla con su hábito me impactó bastante y me pregunté si yo también podría estar ahí. ¿Por qué no? Sentí que se abría un nuevo panorama en mi vida…
María Antonieta González Hernández
Mis papás me inculcaron la fe cristiana y asistía a la doctrina los sábados, pero a veces me aburría. El único tiempo que me gustó fue cuando me prepararon para la Primera Comunión porque nos enseñaban a comulgar con hostias sin consagrar y me emocionaba mucho. El día de mi Primera Comunión me sentí muy importante.
Transcurrieron mi infancia y adolescencia; llegué a la juventud con lo normal que se vive en esta etapa. No fui muy fervorosa. Vivía un cristianismo de costumbre y solo de Misa dominical. Nunca tuve en estos tiempos experiencias de Dios.
Vivía con deseos de superarme y alcanzar mi realización personal y económica. Pero también tenía gran miedo de enfrentarme a la vida y mi expresión para describir esta situación era: «Qué difícil es ser adulto». Terminé de estudiar la carrera de Contador Privado en Río Verde y tuve la oportunidad de trabajar en San Luis Potosí. Aquí viví un tiempo muy alejada de Dios porque ni a Misa asistía los domingos. No tenía conciencia de lo importante que era para mi vida. Así transcurrieron unos seis años. La experiencia de vivir lejos de la familia y estar sola me ayudó mucho. Aunque sentía soledad, me ayudó a madurar y a tomar decisiones por mí misma porque yo me consideraba muy dependiente de mis papás, pero lejos de ellos tenía que resolver mi vida sin su ayuda.
Entré a trabajar en una gran empresa y ahí empecé a tratar gente y a relacionarme. Por medio de una compañera de trabajo, me invitaron a un Curso de Evangelización en el Templo de San Francisco en el año de 1987. Yo, la verdad, no tenía ganas de ir, pero asistí por compromiso. Tomé el Curso pero no sentí nada extraordinario en mi vida. Solo al final hubo un canto que me gustó pero no lo recuerdo. Pasó el Curso y yo me desanimé y no lo pensaba tomar en serio, pero mi amiga me insistía que asistiera a las asambleas de oración y que me incorporara a un grupo ágape. Y bueno, otra vez lo hice por no quedar mal. La verdad es que no me gustaba mucho compartir en el ágape porque no estaba acostumbrada a platicar mis cosas personales en un grupo aunque ya me empezaba a emocionar, pues Dios me estaba sensibilizando a través de los cantos. Fui cambiando entonces de actitud. Poco a poco me fui involucrando y empecé a participar en el Ministerio de Música. Esto me motivó a comprometerme más. Yo viajaba cada ocho días a Río Verde y cuando me empezó a gustar el grupo, espacié mis viajes a Río Verde a quince días, a un mes, a dos meses, hasta el punto de que me preguntaban en mi casa qué me pasaba porque ya no iba a visitarlos. Les compartí mi experiencia y mi mamá se interesó. También tomó su Curso de Evangelización en el Templo de San Francisco en San Luis Potosí.
Empecé a tomar muy en serio mi vida de oración, pero no sabía cómo centrarme porque me distraía, y entonces se me ocurrió tomar el esquema de la Oración del Tabernáculo. Así aprendí a orar. El orar y cantar en lenguas me daba pena, pero un día oraron por los que no teníamos el don y nos dijeron que ensayáramos con una vocal. Me sentía ridícula y escuché un cassette de canto gregoriano que me inspiró para cantar y orar en lenguas.
Pasaron tres años y yo volví a preocuparme por mi futuro. En este entonces trabajaba en una empresa y estudiaba en la universidad. Apoyaba en el grupo San Francisco y así tenía una vida muy agitada. Mientras trabajaba un día me puse a pensar que yo no quería pasar mi vida detrás de un escritorio solo trabajando. Quería algo muy importante para mi vida. Sentía que mi futuro no estaba en el matrimonio porque yo quería hacer algo que no hicieran los demás y casarme no me atraía. Se me hacía muy ordinario.
El trabajo y el estudio fueron perdiendo importancia en mi vida. Ya no tenía ganas de nada. No entendía qué me pasaba. Me sentía triste. Tenía ganas de llorar. Sentía una ansiedad en mi interior pero no entendía qué me pasaba. Para este tiempo ya conocía a Gabriela. Era mi pastora y estaba próxima a hacer su Alianza Solemne. Invitó a las que estábamos en su célula a asistir a la ceremonia a la cual yo asistí con mi hermana Angelina. Me impresionó mucho la ceremonia. Verla con su hábito (nunca lo había visto), me impactó bastante y me pregunté si yo también podría estar ahí. ¿Por qué no? Sentí que se abría un nuevo panorama en mi vida.
Sentí que Dios me movió el tapete y deseé ser consagrada, pero después tuve temores y dudas. No estaba segura si era pura emoción. Así que le dije al Señor que si este deseo venía de Él que no pasara. Fue creciendo en mí este deseo. El Señor me daba el Salmo 45 pero aún así yo seguía teniendo mis dudas, aunque no había pasado mi emoción. Dios me dio otra cita: la de Samuel donde Dios lo llama. Entonces pensé: «Si no se me pasa esto, pues viene de Dios».
Y bueno, tomé la decisión de elegir mi estado de vida el día de mi cumpleaños, 24 de diciembre de 1990. Esa noche le dije al Señor: «Está bien, dejo todo para irme a la Hermandad». Ingresé hasta el día 24 de agosto de 1991. Cinco años después, hice mi Profesión Perpetua, el 14 de julio de 1996.
«Por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no ha sido infecunda en mí» (1Co 15,10).
DATOS BIOGRÁFICOS
Nací en la ciudad de Río Verde, San Luis Potosí, el 24 de diciembre de 1960. Soy la tercera de once hermanos. Fui bautizada en enero de 1961 en Río Verde. Fui confirmada en julio de 1963 en Tampico, Tamaulipas. Recibí mi Primera Comunión en agosto de 1967.
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