He despreciado todo el ornato de este mundo por amor a Cristo a quien vi, de quien me enamoré, por quien me consagré…
Soledad Sáenz Acosta
Habiendo vivido una vida muy superficial y vana durante 23 años, el Señor tuvo a bien encontrarse conmigo en unos ejercicios cuaresmales en marzo de 1985, año de la Juventud. Fueron de San Luis Potosí el Padre Pablo Cárdenas Cantú (nuestro Padre Fundador) y la Madre Isabel de la Cruz Crespo Ruiz (nuestra Madre Fundadora y Madre Superiora General). Nos dieron el Curso de Evangelización durante una semana y el fin de semana tuvimos un retiro homogéneo con la Madre Isabel donde nos dio el tema del Carácter de la Mujer Cristiana. Fue ahí donde yo tuve mi primer encuentro con un Dios vivo y cercano, al descubrir lo que Dios ha planeado para la mujer que es imagen y semejanza suya, que me quiso mujer y no hombre. Trajo muchísima sanación a mi vida y fortaleció mi identidad. Así fue transcurriendo mi conversión. Cada día sentía más y más la necesidad de conocer al Señor, de amarlo y de servirlo. El párroco, Padre Everardo Cárdenas, se dio cuenta de ello y en seguida me invitó a evangelizar en las rancherías, a celebrar la Palabra de Dios. En ese tiempo no había quien me atendiera ya que solo había un grupo de oración muy heterogéneo y casi puros adultos, así que yo sentí que Dios mismo me formó, me guió, me alimentó, como mi único pastor.
Después se formó el grupo juvenil y yo me convertí en la Samaritana: empecé a buscar a mis amigos y compañeros para invitarlos al grupo y para que conocieran lo que yo había conocido. Quería que todos se gozaran como yo lo hacía. Mi sed de Dios iba creciendo cada vez más y más.
Luego empecé a tener dificultades con mi mamá por motivo del grupo. Ya nada me interesaba más que el Señor. A ella Dios la usó mucho para formarme porque siempre me ponía obstáculos para andar en Su búsqueda. A través de ella el Señor me dio dos profecías muy importantes para mi vida consagrada. La primera es que como yo andaba muy fervorosa con el Señor, nos la pasábamos con el grupo juvenil hasta altas horas de la noche compartiendo nuestras experiencias y ella se molestaba de que llegara tarde a la casa, y me dijo un día: «Le voy a decir al Padre que mejor les ponga una casa para que no se expongan tan noche en la calle». Y al año y medio el Padre nos invitó a algunos jóvenes a hacer una consagración a Dios para servir en la Parroquia, y nos dio una casa para vivir todas las hermanas juntas.
La segunda profecía fue que cuando ya el Padre Everardo nos hizo la invitación para consagrarnos, íbamos a ir a hablar a la Capital con el Señor Arzobispo Almeída y Merino, pero yo temblaba nada más de pensar en pedir permiso a mi mamá. Así que puse a los muchachos a que ayunaran por mí, y el día que le dije a mis papás, mi papá enseguida respondió en forma afirmativa. Mi mamá guardó silencio un momento y me respondió así: «Una cosa sí te digo, Soledad, que si te vas de la casa, no sea por un año sino para toda la vida».
Y así fue. Durante tres años, hice mi compromiso como seglar consagrada sirviendo en mi Parroquia por año y medio y después en la capital, Chihuahua, otro año y medio. Durante estos tres años veníamos a San Luis Potosí de retiro para la Semana Santa y la Madre Isabel, muy oportuna, nos daba enseñanzas sobre la vida consagrada. Recuerdo la Encíclica Sacra Virginitas que dice: «He despreciado todo el ornato de este mundo por amor a Cristo a quien vi, de quien me enamoré, por quien me consagré».
Después me encontré el texto de Mt 19,12: «Hay eunucos que por amor al Reino de los Cielos han descartado la posibilidad de casarse…» Meditar todo esto en mi corazón me emocionaba y deseaba ser la esposa de Dios. Fue en Pentecostés de 1989 cuando el Señor por medio de su Santo Espíritu me dio este regalo de hacerme sentir en el corazón el deseo y la firme decisión de querer ser solo para Él y para siempre. Sentía que era la mujer más feliz sobre la Tierra, e inmediatamente le comuniqué al Padre Everardo que por poco y se cae para atrás al escuchar semejante noticia y no saber qué hacer.
En el año 1990 vine a San Luis Potosí a tener una experiencia en casa de las Hermanas Discípulas de Jesús, y cuando me regresaba a mi tierra recuerdo muy bien estas palabras de acogida de la Madre Isabel: «Las puertas de esta Hermandad están abiertas cuando quieras regresar». Yo no me imaginé que fuera a ser tan pronto. En julio de 1991 estaba de regreso para quedarme para siempre y el 20 de agosto de 1995 hice mis Votos Perpetuos.
Cada día que pasa soy más feliz. Nunca he deseado estar en otro lugar o ser otra cosa más que esposa de Jesús para su gloria y honra.
DATOS BIOGRÁFICOS
Nací el 17 de septiembre de 1961 en la Ciudad de Ojinaga, Chihuahua. Soy la menor de siete hermanos. Fui bautizada el 17 de junio de 1962. Mis padres son Abel Sáenz Madrid (+) y Emma Acosta Gómez (+).
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Que bonito testimonio hermana!!
Solo Dios sabe los planes que tiene para cada uno de nosotros!!
Aún tiene comunicación con el Padre Everardo?
Amén, Aída !! Para la gloria de Dios !!!!