Mi encuentro con Dios hizo bomba en la familia…
María Guadalupe Navarro Silos
A la edad de siete años, después de hacer mi Primera Comunión, nació en mí la inquietud de poder «comunicarme» con Dios. Es decir, de tener la certeza de que Dios oía mi oración, mis súplicas, y que Él respondía, que yo existía para Él.
Después de esto, continué en los grupos de Catecismo, siendo a los 11 años catequista de los niños que iniciaban. Me gustaba enseñarles a rezar y platicarles de lo poco que yo sabía de la fe.
En el Templo de San Juan de Dios, se formó un grupo de adolescentes y jóvenes al cual me invitaron y comencé a asistir, sin lograr perseverar ya que hablaban de todo menos de Dios, que era de quien yo quería aprender más para apoyar en la Catequesis. Esto hizo que me retirara de la Iglesia y me dedicara más a la escuela y a las diversiones propias de la edad, como deporte, fiestas, compartir con los amigos. Formamos con los vecinos del barrio un club que le llamamos Club de la Amistad, en donde el compromiso consistía en aportar semanalmente una cooperación para tener un fondo y realizar así nuestras fiestas y salir a pasearnos. Fue una experiencia muy bonita de crecer entre amigos y amigas en un ambiente sano y familiar, ya que todo lo desarrollábamos en las casas de nuestras familias.
Al ingresar a la preparatoria, sentí un cambio total, muy brusco, ya que aunque asistí siempre a escuelas Federales o del Estado, en ese tiempo eran muy exigentes y la disciplina era fuerte. Así que llegar desde los cursos propedéuticos y encontrar que las jóvenes fumaban en el salón, no pedían permiso para salir y entrar, era para mí escandaloso. Con temor ingresé a la preparatoria, ya que yo deseaba hacer una carrera universitaria. Me acuerdo que me empeñé en querer ingresar a la prepa ya que mi papá quería que estudiara en la Normal, pues la podía hacer después de la secundaria y terminaría más pronto. Le pedí a mi papá la oportunidad de presentar exámenes de admisión tanto en la Normal como en la prepa. Prometí que me quedaría en la Normal si pasaba el examen aunque también lo pasara en la prepa. Mi papá aceptó y para mi fortuna no pasé el examen en la Escuela Normal, lo cual facilitó que pudiera ingresar a la prepa. Creo firmemente que así lo quiso Dios ya que ahí fue el lugar donde conocí a las personas que me condujeron al Señor.
En el primer año de prepa, de 1976 a 1977, viví una experiencia muy bonita con el grupo que, a pesar de ser heterogéneo, nos supimos integrar y comunicar muy sanamente. Un evento que ayudó a esto fue que cumplí 15 años y eso hizo que muchos de ellos participaran directamente en la preparación de mi fiesta y todo el grupo conviviera conmigo ese día. Sentía que empezaba a descubrir otro momento de mi vida, en donde se empezaron a despertar ilusiones, metas, ideales, y como es lo normal, inició el deseo del noviazgo. Tuve pretendientes pero con ninguno llegué a nada ya que siempre idealicé al hombre perfecto. Cuando veía un error en ellos me desilusionaba. En esa etapa estaba cuando una pareja de compañeros del salón, Rubén Isidro Martínez y Cristina Kemp López, nos invitaban a todos los que nos juntábamos a un retiro y yo siempre les decía que sí, pero a la mera hora no iba. No era porque en mi casa no me dejaran, sino porque ni siquiera pedía permiso. No lo hacía porque yo veía cómo ellos, aunque seguían yendo a las fiestas con nosotros ya no bailaban, y yo asumía que el retiro era muy aburrido. Pensaba: «Si me van a prohibir que baile, no lo voy a hacer», ya que me encantaba bailar. Así terminamos el primer año de prepa. En el verano casi no nos vimos y yo preferí no buscarlos porque insistían en invitarnos a retiros.
Al iniciar el segundo año, ya no nos tocó a todos juntos, pero aún así ellos insistían, y recuerdo que en noviembre de 1977, por pena de rechazar tanta invitación, acepté ir a una reunión de oración en el templo de la Tercera Orden. Como estábamos en el turno de la tarde, salimos. Me fui a la casa, comí, y le dije a mi hermana menor que me acompañara para no dejarla sola, y les dejé recado a mis papás que pasaran por mí a la salida ya que ellos estaban yendo al Santuario de Guadalupe a rezar los 46 Rosarios. Llegué al templo y vi que la gente salía y pensé: «Me equivoqué de hora y ya se acabó». Me disponía a irme cuando me topé con Cristina y me dijo: «¡Qué bueno que llegaste! Ahorita empieza». Me regresé al templo, empecé a ver que movían bancas y los encargados de la música se preparaban. Me senté a esperar que pasaba. Empezó el tiempo de alabanza con cantos, aplausos y al final un canto que mi mente no entendía pero que provocó en mí una gran alegría y me dio la respuesta a aquella inquietud que inició en mi Primera Comunión. Era una respuesta a mi deseo de saber cómo me podía comunicar con Dios. Ese canto no entendible a mis oídos sabía que era entendible a los oídos de Dios, y yo quería aprender a cantar así. Recuerdo que volteé a los lados y veía a jóvenes, ancianos y niños entonando ese canto y dije en mi mente: «Si ellos pueden, yo puedo». En ese momento pensé que era latín o algo así, y me dije a mí misma que lo aprendería para poder comunicarme con Dios, para hacer oración. No recuerdo de qué nos hablaron pero me gustó la reunión y salí muy contenta, pues para mí fue el inicio del encuentro personal y vivo con Jesús.
No le pude explicar mucho a mi mamá porque no sabía cómo, pero a pesar de que andaba enferma con bastante temperatura, no me impedía para continuar participando en todo lo que me invitaban. La Misa de los domingos se me hacía cortita, mientras que antes no aguantaba ni una Misa normal de 30 minutos. Lo que pasaba era que el Padre nos iba explicando el Evangelio con vivencias. Las homilías eran 100% bíblicas, basadas en las lecturas del día. Sentía que estaba empezando a entender lo que me decían en la Iglesia. Ahora me estaban hablando de Jesús a quien yo quería conocer y con quien quería aprender a relacionarme. Sentía que mi experiencia fue como dice el texto de Job: «Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos…» (Jb 42,5).
Mi mamá empezó a ponerse alerta y no me creía que fuera la Misa tan larga, y me dijo un día: «No te creo que vengas de Misa. ¿A dónde hay Misas de dos horas? Voy a ir a tus famosas Misas». Yo le contesté enojada: «Pues ve para que compruebes que es cierto».
Empezó mi mamá a ir a Misa y a las reuniones de oración, pues como era un estilo nuevo se le hacía raro y pensó que si me prohibía ir, yo no iba a obedecer. Entonces su táctica era ir a descubrir personalmente de qué se trataba y cuando viera algo que no le gustara, nos iba a decir: «Ya no vayan», porque para ese entonces mi hermana Rosy ya iba también. Eso me lo compartió hasta años después, y me dijo que nunca había encontrado nada malo.
Ese encuentro con Jesús lo tuvimos todos en la familia. Vino a transformarnos, a mi mamá de manera especial, ya que Dios la sanó de sus enfermedades. Después de ser una mujer siempre recluida en su casa, el Señor la convirtió en una gran evangelizadora y misionera en la familia, en el grupo de oración y en la Comunidad. De ella guardo gratísimos recuerdos que me instruyeron y me enseñaron cuán real es lo que dice la Palabra de Dios: «Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es» (1Co 2,27-28). Ella, mujer sencilla, sin preparación escolar, luchó y se esforzó por superar sus limitaciones para ponerse al servicio de Dios. A ella, después de Dios, debo mi vocación y ser como soy.
Mi encuentro con Dios hizo bomba en la familia. Empezamos incluso a servir en algunas actividades de la Renovación Carismática como Congresos regionales de la Renovación. Aún no habíamos tomado el Curso de Iniciación y nuestro primer servicio en un encuentro fue apoyar a la Sra. Esther Ruelas en la librería. Tomamos el Curso de Evangelización hasta febrero de 1978.
Terminé la prepa, ingresé a la universidad con un ferviente deseo de evangelizar y dar a conocer la Palabra de Dios. Recuerdo que llevaba una pequeña Biblia (que me compró mi mamá) a la universidad con la esperanza de poder compartir con alguien. Me empecé a juntar con las líderes para invitarlas al grupo. Me decían que sí pero no iban. Ellas me invitaban a reuniones de su partido político. Accedí a ir porque me dijeron que terminando esta actividad irían a mis reuniones, cosa que nunca sucedió. Yo empezaba a dejar de ir a mis reuniones o a llegar tarde. Mi mamá se dio cuenta y me dijo que tuviera cuidado.
En Semana Santa de 1979, durante los Oficios, me sentí avergonzada ante el Señor y le dije que no quería perder lo que ya había ganado, que le pedía perdón por no haber podido evangelizar como hubiera querido pero que aún me faltaba formación. Le pedí que me dijera qué tenía que hacer para prepararme y en ese momento sentí el impulso de levantar mi rostro y fue para ver que al frente estaban hermanas y hermanos de lo que en ese tiempo se llamaba Casa de la Hermandad. Me dio un gran gozo y pensé: «He oído que ahí enseñan a orar y a estudiar la Palabra de Dios y que les enseñan a predicar. ¡Eso es lo que necesito! Si eso quieres para mí, Señor, eso haré». Sentí que era una invitación por parte de Dios. Al terminar la reunión, busqué a la Hna. Ana Lucía Juárez Medina que era la encargada de la casa (la Madre Isabel y la Madre Carmela habían sido enviadas a Ciudad Victoria a apoyar el trabajo de la Renovación), y le expresé mi inquietud. Ella me dijo que era difícil que me recibieran pronto, ya que otras jóvenes habían hecho la solicitud de ingresar y el Padre Pablo había dicho que se esperaran. Me dijo: «Se lo voy a comentar al Padre Pablo para ver qué dice. Búscame dentro de ocho días para comunicarte lo que me ha dicho».
Llegando a la casa, le dije a mi mamá lo que sentía y le conté que había hablado con Ana Lucía y lo que ella me había dicho. Mi mamá me contestó: «Yo no me opongo si es lo que el Señor te está pidiendo, pero quizás sería bueno que terminaras el semestre para que tu papá no se enoje porque dejas las cosas a medias. Entras en el verano a la casa de la Hermandad y si es lo que Dios te pide, le sigues, y si no, te regresas y sigues estudiando». Me parecía convincente su argumento. Seguí orando en la semana y busqué a Ana Lucía el siguiente domingo. Ella me dijo inmediatamente: «Fíjate que le hablé al Padre Pablo de ti y me dijo que puedes entrar mañana». Me sorprendió y le dije lo que había hablado con mi mamá. Ana Lucía me dijo que lo que yo decidiera estaba bien. Le dije en ese momento que mejor esperaría y así fue. Terminé el semestre e ingresé a la casa de formación el 20 de agosto de 1979, después que las Hermandades regresaron de retiro. Me dijeron que podía llegar a las 4:00 p.m. Ese día se me hizo largo.
Por fin llegó el momento. Mi mamá me llevó a la casa y me entregó. Sentí algo de tristeza pero lo superó el gozo por empezar esa experiencia. Ese día también ingresaron Margarita Chagoya, Lourdes Moreno y Carmelita Juárez. En esas fechas también ingresaron Rosa Irene Cerda Ortiz e Irma Machain Arias (Q.E.P.D.), hermana que luchó y trabajó mucho por la evangelización con los jóvenes.
La experiencia del verano se convirtió en cuatro años, ya que me involucré intensamente en la vida de la Hermandad y me identificaba con este estilo de vida. La actividad era intensa en oración, clases, trabajo práctico, trabajo pastoral, misiones, cursos, etc. Era apasionante día a día ya que pude vivir muchas experiencias en diferentes áreas. Todo esto era parte de la formación que Dios me estaba dando para prepararme en todo lo que Él me iba a pedir. Durante esos cuatro años serví en el grupo de oración del Divino Niño del Desagravio. Apoyé a los hermanos en la casa de 5 de Mayo en la cocina y en el trabajo con los jóvenes de la Renovación junto con el Hermano Andrés (Q.E.P.D), quien fue un gran líder y promotor de la evangelización con los jóvenes de San Luis Potosí. Él puso los cimientos del trabajo pastoral con los jóvenes que posteriormente daría un fruto abundante. Doy gracias a Dios por el privilegio de convivir, compartir y aprender del Hermano Andrés. Me infundió mucho celo por la obra de evangelización hacia los jóvenes.
Otra experiencia fortísima fue la de estar en Guadalajara con la Madre Lidia de septiembre de 1980 a junio del ´81. Fuimos para apoyarla en la evangelización y atención de su clínica naturista con el fin de aprender este régimen. La Madre Lidia con su ejemplo infundió en mí un gran amor por la Liturgia de las Horas, el rezo del Rosario y la corona Franciscana y sobre todo a Jesús Eucaristía. Era una mujer de oración viviente. Sus palabras, sus actitudes hablaban siempre de Dios. Su misericordia y amor al prójimo eran incomparables. Me parecía ver a Jesús mismo recibiendo siempre al que solicitaba su apoyo. Era incondicional. Fue una experiencia de “locura”. Atendíamos huérfanos y madres solteras, hasta drogadictos y ancianos. Era multifacética su caridad. Quería tener la respuesta de servicio para cada necesidad. Dios la llamó a ser un gigante de la caridad y Él mismo le proveyó de todo lo que necesitaba. Era increíble ver cómo le regalaban cosas. Teníamos dinero pero nada era para ella. Todo era para la obra. Su vivencia de la pobreza y penitencia franciscana era real y nos animaba a vivirla con alegría y ofrecerla a Dios como una pequeña ofrenda. Confieso que era muy atrayente la proposición de la Madre Lidia para quedarme a apoyarla, pero yo tenía muy claro mi compromiso en San Luis Potosí y me regresé para iniciar la experiencia de Comunidad de Alianza. La Madre Lidia fue un instrumento de Dios para fortalecer mi identidad como consagrada.
El estilo de vida de la Hermandad en ese tiempo era como el de un Instituto Secular. Tuvimos la experiencia de trabajar en ambientes seculares. Yo lo hice en una agencia de viajes y en la escuela de agronomía de la UASLP. En ese tiempo la Madre Isabel me propuso volver a estudiar en la universidad. Reingresé a la escuela de enfermería, aunque tuve que volver a iniciar la carrera, ya que había cambiado el plan de estudios. Fue bueno, ya que tuve la oportunidad de ser parte de la primera generación con Licenciatura. Ese primer año lo hice aún estando en la Hermandad. Ahí el Señor me dio la oportunidad de confirmar que ya había hecho su obra en mí y ya tenía cierta madurez en la vida cristiana.
Un día me llamaron a la sala de maestros. Al ir hacia allá me pregunté: “¿Qué hice, por qué me llaman?” Cuando llegué estaban todos los maestros de la escuela y me pidieron que me sentara, que querían hablar conmigo. Me preguntó uno de ellos: “Queremos saber qué te pasó en este tiempo que no estuviste en la escuela. Notamos algo diferente, eres diferente… ¿Qué te pasó?” Les contesté primero en broma que cuando entré a la escuela tenía 16 años y ya habían pasado cuatro, por lo tanto, yo había cambiado. Ellos me contestaron: “No, no es eso. Nos referíamos a que vemos en ti actitudes diferentes, podríamos decir muy maduras”. Entonces entendí su pregunta y fue mi oportunidad de compartirles mi experiencia de encuentro con Jesús y animarlos a que ellos la buscaran si aún no la tenían. Cuando terminé me dijeron: “Ahora comprendemos. Es obvio. Una experiencia así tuvo que cambiar tu vida. Te felicitamos y nos honra mucho tenerte entre nosotros”.
Al salir de ahí e ir camino a mi salón, recordé mi primera experiencia en la universidad. No había podido hablarles de Dios, pero al pasar de los años, el Señor mismo me daba la oportunidad no sólo de evangelizar a compañeros sino a los maestros de mi universidad. No cabe duda que Dios tiene un tiempo para todo.
Al terminar este primer año, regresé a la casa de mi familia temporalmente, ya que experimenté que necesitaba superar y madurar en otras áreas de mi vida fuera de la Hermandad. Para tomar esta decisión, tuve varias entrevistas con la Madre Isabel pues yo estaba insegura de salirme. Después de un tiempo, ella me confirmó que sería bueno estar con mi familia por un tiempo. Tuve un sueño que también confirmó que esta era la voluntad de Dios. Veía cómo mi papá construía el muro de una casa y yo estaba junto a él observándolo, reclinada sobre un muro más pequeño. Él volteaba y me veía. No me decía nada pero yo entendía que debería quitarme para que él levantara el muro sobre el que yo estaba al nivel del que él ya había terminado. Ese fue todo el sueño, pero yo entendí al día siguiente que esa casa en construcción representaba mi vida y mi papá representaba a Dios Padre. El muro más alto simbolizaba algunas áreas de mi vida en las que ya había alcanzado cierta madurez al estar en la Hermandad y el otro muro eran las áreas en las que me faltaba crecer y madurar para poder discernir si mi vocación ciertamente era a la vida consagrada. Regresé a mi casa un 20 de agosto de 1983 (fecha en la que había ingresado a la Hermandad cuatro años antes).
Terminé mi carrera y el servicio social. Seguí trabajando intensamente con la Comunidad Nueva Alianza y mi relación con las Discípulas de Jesús era muy estrecha, lo que permitió que tuviera un seguimiento vocacional. Sin embargo, yo me había enrolado en el ambiente que me rodeaba y había nacido en mí la inquietud por la vida matrimonial, pero como esperaba al hombre perfecto ningún joven llenaba mis expectativas. Creo que desde ahí ya vislumbraba mi real vocación, aunque me quería hacer la sorda.
Un poco después de titularme, en un tiempo de oración personal, el Señor me habló a través de la cita bíblica Mt 19,27: «Entonces Pedro, tomando la palabra, le dijo: Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos, pues?» Al terminar de leer esa cita, pensé que Pedro tenía la gran fortuna de conocer y compartir con el Señor cara a cara. ¿Qué más quería? Inmediatamente sentí que yo estaba en la misma actitud de Pedro, ya que yo le había dicho al Señor que esperaba que ya me diera una respuesta con relación a un posible novio y le había recordado al Señor que yo «había dejado de trabajar en el verano por apoyar los cursos bíblicos y las casas de formación, que no había salido de vacaciones en todos esos años por estar en sus cosas, y lo único que ahora le pedía era un novio convertido, cristiano, muy bueno y no veía claro». Después de esto me sentí mal porque era como estar cobrándole a Dios por los servicios prestados, y en ese momento recordé lo que había dicho al salir de la Hermandad, que iba a terminar mi carrera y me iba a dedicar al servicio de la Comunidad Nueva Alianza, y después de eso definiría qué iba a ser de mi vida. Ese era el momento. Ya había concluido la carrera de enfermería. Ahora tenía el tiempo y la paz para descubrir cuál era mi vocación.
La Madre Isabel me invitó a un retiro de las hermanas Discípulas de Jesús a la Trapa, Michoacán, que para mí más bien fue la TRAMPA, ya que el Señor me habló profundamente y me hizo la invitación de seguirlo para siempre. Al regresar del retiro, fui hacia donde estaba mi mamá y le dije sin más preámbulo: «Quiero ingresar nuevamente con las hermanas». A lo que mi mamá me respondió: «Gracias a Dios que ya definiste algo porque aquí ya no era tu lugar». Su respuesta me impactó y le pregunté por qué me decía eso, y me dijo que ella me sentía como un león enjaulado el cual necesitaba salir para vivir plenamente. Me dijo que mientras yo estuve de retiro, ella le pidió a Dios que me hablara claramente sobre mi vocación, ya que ella sabía que yo ya tenía que dar un paso definitivo: casarme o consagrarme. En ese momento llegó mi papá y le compartimos la decisión que yo había tomado. Él me apoyó incondicionalmente, lo cual agradezco a Dios.
Reingresé al Instituto en enero de 1988 y fue como iniciar una nueva experiencia dentro de la Hermandad, ya que ahora sí tenía claro que quería ser consagrada. Ahora iba a aprender a vivir el SER de mi vocación para que el HACER fuera más fructífero, a estar con Él para luego poder ser enviada a predicar (Mc 3,14).
Hice mis votos perpetuos el 9 de septiembre de 1990 junto con mi hermana Rosy. Por fin me consagré a Dios solemnemente y para siempre. ¡Dad gloria al Señor ahora y por siempre!
DATOS BIOGRÁFICOS
Nací el 18 de abril de 1962 en la Ciudad de San Luis Potosí, segunda hija de los señores Francisco Navarro Gámez (+) y Socorro Silos de Navarro (+). Crecí y me formé en esta ciudad. Asistí al Kinder Federico Froebel ubicado frente a la Alameda, a la Primaria Ildefonso Díaz de León al lado de la Iglesia de San Juan de Dios, a la Secundaria Dr. Jaime Torres Bodet frente a la normal del Estado, a la Preparatoria #3 de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí en la Avenida Industrias, a la Escuela de Enfermería de la UASLP terminando la Licenciatura en Enfermería. Tomé algunos cursos tales como Primeros Auxilios en la Academia del Perpetuo Socorro, un curso para ser socorrista en la Cruz Roja, casi todo relacionado con el área de la salud.
Fui bautizada el 20 de mayo de 1962 y confirmada el 5 de agosto del mismo año. Hice mi Primera Comunión el 12 de diciembre de 1968 en la Iglesia de San Juan de Dios a la edad de 7 años.
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