El padre profetizó que mi fe sería como el grano de mostaza: crecería tanto que muchas almas se abrigarían en mi vida. Me dijo que llevaría una vida fructífera al servicio de los demás y así fue…
Irma Martínez Nieto
Nací en una región mexicana donde no habían sacerdotes ni Iglesias debido a la fuerte persecución que sufrió la Iglesia Católica en la época del Presidente Calles. Tampoco había catequistas. Hasta 1937 llegó el primer sacerdote. Cuando viajé a Guadalajara en 1941, mis parientes se dieron cuenta de que yo no había hecho la Primera Comunión a pesar que ya tenía 16 años. Así que me prepararon unas catequistas religiosas e hice mi Primera Comunión el 16 de septiembre de 1942, día de la independencia Mexicana. Durante la Misa cantamos el Himno Nacional y el sacerdote consagró mi vida al servicio de la Patria. Recuerdo muy bien que el Señor Cura Salvador Morán habló durante la homilía sobre la parábola del grano de mostaza: «Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas» (Mt 13,31-32). El padre profetizó que mi fe sería como el grano de mostaza: crecería tanto que muchas almas se abrigarían en mi vida. Me dijo que llevaría una vida fructífera al servicio de los demás y así fue. La Primera Comunión marcó mi vida. Fue mi primer encuentro con un Cristo vivo. Creo que en ese momento recibí mi llamado a la vida religiosa.
Las señoritas catequistas Ruiz Velasco me invitaron a vivir con ellas y empecé a ir a la escuela catequística. A los dos meses después de haber hecho mi Primera Comunión, yo ya estaba preparando a otros para el Sacramento de la Eucaristía. El Señor cura quería que me casara, pero yo le dije que yo sería religiosa. Me fui a vivir con las seis catequistas. Fundamos la primer guardería cristiana en Guadalajara y el primer colegio de invidentes en colaboración con la Acción Católica. Teníamos 15 niños invidentes a quienes yo llevaba a Misa y los atendía en el comedor. Este fue el primer centro de la Acción Católica en la Parroquia del Sagrario de Guadalajara. Renuncié a tener novio y a estudiar por prestar este servicio. Solo estudiaba la secundaria los sábados y también tomaba un curso de repostería y otro de corte y confección. Fue de esta manera como comencé a consagrarme a la humanidad por amor a Cristo.
Viví con las catequistas Ruiz Velasco durante cuatro años. A los 21 años me fui al Convento de las Hijas Mínimas de María Inmaculada, cuyo Fundador fue el Padre Pablo de Anda. Yo fui la hermana número 304 en ingresar a esta comunidad religiosa en León, Guanajuato. Durante el Postulantado y el Noviciado trabajé en el «Obrador Litúrgico», es decir que aprendí a hacer adornos litúrgicos y a pintar y me dediqué a la sacristía.
Estas hermanas religiosas se dedicaban a trabajar en hospitales, colegios, asilos de ancianos y de niños huérfanos. Estudié Enfermería. Trabajé como enfermera en el Hospital de Jesús en México D.F. Ahí viví una gran cantidad de manifestaciones milagrosas que el Señor Jesús me permitió presenciar. Aprendí que Jesús es el mismo ayer, hoy y siempre y continúa sanando milagrosamente como lo hacía cuando caminaba por la faz de la tierra. Dios me demostraba continuamente su amor y descubrí su inmensa compasión en cada sanación. Yo era muy feliz dando alegría a los enfermos. Me llamaban Sor Alegría.
Atribuyo mi carácter alegre al ambiente tan sano y feliz en el que crecí con mi abuelita y con mis tíos. Nunca me sentí huérfana. Mi tía y mi abuelita me regalaron una niñez muy bonita. Eran grandes modelos de mujeres al servicio de los demás. No teníamos nada en abundancia, pero siempre había algo para dar a los más necesitados. Siempre tuvimos muchas gallinas y árboles frutales. Mi abuelita tenía un gran corazón para ayudar a la gente cuando se les moría algún ser querido. Les llevaba velas, sábanas y una despensita. Rezaba el Rosario con ellos. Fue ella quien me enseñó a rezar esta bella oración. Recuerdo que a mis tíos les gustaban mucho las excursiones al río y las fiestas. Yo sufría con tanto desvelo de fiesta en fiesta. Las fiestas no me atraían mucho y los pretendientes no me interesaban. Creo que desde entonces el Señor Jesús me estaba llamando a vivir en castidad por el Reino de los Cielos.
Después de trabajar un tiempo en el Hospital de Jesús, mi comunidad religiosa me envió a los Estados Unidos a estudiar. Fui a Nogales, Arizona, para aprender a instrumentar en las salas de operaciones y a tomar radiografías. Viví allá tres años. No hice mis Votos Perpetuos con las Hijas Mínimas de María Inmaculada porque me enfermé. Se cree que mi enfermedad fue consecuencia de tantas radiografías que tomé sin usar la debida protección. Ya en Guadalajara me operaron de unos pólipos. Mi piel se vio afectada con tanta radiografía. También me salieron quistes. Tuve muchas hemorragias. Me sentía muy cansada y todo se me olvidaba. Me dormía en la capilla, así que decidieron enviarme a la casa de mi tía a Tierra Blanca, cerca de Veracruz, para que me repusiera. Estuve un total de nueve años con las Hijas Mínimas.
Desde que salí del convento, Dios se manifestó fuertemente como mi protector y mi refugio. De una manera providencial, pude comunicarme con la familia Ruiz Velasco en México (la misma con la que había vivido después de hacer mi Primera Comunión) y me llevaron a Guadalajara a que me recuperara. Me invitaron a vivir con ellos. Empecé a trabajar en la Parroquia San Martín con Monseñor Leovardo Viera, quien había sido mi confesor. Él fue como un papá para mí. Por seis meses me mandó a los médicos para que me atendieran. Me ordenó que estudiara Trabajo Social. Así que estudié por tres años para ser trabajadora social con especialización en trabajo social rural en la Escuela de la Labor. También tomé un curso de planeación y estadística organizado por el Obispado para realizar el censo parroquial. Trabajaba por las mañanas y estudiaba por las noches. Por las tardes, durante un año, Monseñor Leovardo me mandó al Departamento de Salubridad (Medicina preventiva del gobierno) para trabajar en la protección de los hijos de mujeres que se dedicaban a la prostitución. Fundamos una guardería y un dispensario médico. Se repartían las despensas y se llevaba el control de enfermos y necesitados. También se llevaba el control de los amaciatos.
Una amiga trabajadora social me invitó a formar parte de un equipo para trabajar con los peones de vía de parte de la gerencia del Ferrocarril del Pacífico. Era una labor en beneficio de las familias para mejorar su estado familiar, moral y social así como también despertar interés en conservar las casas que les iban a construir. Después de considerarlo por cuatro meses, el señor cura me dio permiso de ir. Recibí ocho meses de preparación, asesorada por la Secretaría de Educación. Tomamos cursos de Desarrollo Humano, Liderazgo, Economía Doméstica, Medicina Preventiva, Nutrición, Formación Familiar, Alfabetización, etc. Nuestro equipo estaba formado por dos trabajadoras sociales, dos maestras y una doctora, todas con preparación en desarrollo de comunidad. Empezamos a viajar para conocer a las familias y elaborar los programas de desarrollo humano abarcando los Estados de Nayarit, Jalisco, Sinaloa y Sonora donde trabajaban los ferrocarrileros. Así se formó la brigada de bienestar familiar para los ferrocarrileros que permaneció por 12 años.
A los tres años de trabajar con los ferrocarrileros se les entregaron sus casas. Formamos una cooperativa para que adquirieran todo lo necesario para sus casas. A los dos años de estar con ellos, ya sabían leer. Su higiene, alimentación y salud habían mejorado considerablemente. También mejoraron sus relaciones humanas. Adquirieron más seguridad en sí mismos. Nuestro programa capacitó a las mujeres a incrementar sus ingresos económicos pues habían aprendido a coser, a cortar el cabello, a inyectar, a hacer repostería, etc. Recuerdo que también se les daba alguna preparación espiritual. Se elaboraba una revista, a colores y con buena presentación, para darles formación religiosa y continuar su formación moral. Realicé todo este trabajo con la brigada de bienestar familiar en un espíritu de fe. Lo consideraba como un apostolado para amar a las personas necesitadas.
Con el cambio de gobierno, ya no hubo presupuesto para seguir financiando este programa. Así que la misma empresa del ferrocarril me mandó al departamento médico de Guadalajara para trabajar en la Escuela de Enfermería como trabajadora social. Asesoraba a las pasantes de enfermería. Iba a los pueblos cercanos a asesorarlas. Les transmitimos los programas básicos de medicina preventiva y concientización humana para atender a las personas. Se les dieron clases de metodología del aprendizaje para que se les facilitara enseñar a otros. Estuve seis años en la Escuela de Enfermería dando clases en las áreas de medicina preventiva y metodología.
En 1982 me jubilé e ingresé al Instituto Bíblico de Guadalajara por tres años. Me dediqué de tiempo completo a la evangelización. Yo ya participaba en la Renovación Carismática desde 1971, pero hasta que me jubilé me dediqué por completo a servir en la Comunidad Jesús Amigo porque antes tenía que viajar mucho por motivos de trabajo. También empecé a trabajar en el Hospital Civil después de jubilada, impartiendo el Curso de Evangelización y de Iniciación en la Renovación Carismática a grupos de enfermeras. Apoyaba en los retiros vocacionales que organizaban las hermanas religiosas Josefinas. Ayudaba en diversos seminarios de desarrollo humano, pues cada ocho días estudiaba esa materia en la universidad del I.T.S.O. por espacio de tres años.
A partir de 1970, les prestaba la casa a unas amigas para que tuvieran sus células de la Comunidad que había sido iniciada por los Misioneros del Espíritu Santo, a través de quienes nació la Renovación Carismática en Guadalajara, especialmente por medio del Padre Alejandro Burciaga y de la Madre Tere. Los jóvenes de estos grupos me invitaban a sus reuniones de oración. Al principio no me gustaba que aplaudieran y que levantaran las manos, pero poco a poco fui sintiendo la necesidad de hacerlo cuando oraba.
No se tenía una casa cuando se iniciaron los primeros congresos. Hasta después se fundó la Casa Cornelio. Por eso mi casa se convirtió en la primera oficina de Renovación Carismática en Guadalajara. En ese entonces, empecé a ir frecuentemente a San Luis Potosí para asistir a los Congresos de Alabanza y para tomar cursos con el Padre Pablo. También en esa época, yo sentía que ya había terminado mi misión de apoyar a mis sobrinos. Yo me había hecho cargo de los estudios de mis sobrinos desde que llegó mi hermana a vivir a Guadalajara en 1963. Atendí a estos cinco hombrecitos hasta que terminaron cuatro de ellos sus carreras. Además por épocas, estuvieron en mi casa varios jóvenes a quienes me traían para que trabajaran y estudiaran. Terminada esta misión con la juventud, lo único que anhelaba era consagrarme al Señor Jesús para morir siendo religiosa. Ya me habían aceptado en una congregación religiosa en el Estado de México pero el Señor me mostró de muchas formas que me quería en San Luis Potosí.
Mientras discernía a qué comunidad religiosa me estaba llamando el Señor, hubo varias señales que me ayudaron a decidir que Dios me llamaba a ser Discípula de Jesús. En una asamblea de alianza cerca de mi casa en Guadalajara, el coordinador anunció un curso para líderes en San Luis Potosí. En el momento de la oración, yo le dije al Señor: «Si Tú quieres que vaya, que Chuy me invite». Chuy me invitó a pesar de que yo no era de su comunidad ni tampoco era líder. Al día siguiente, se rompieron mis lentes y me gasté el dinero que tenía para viajar a San Luis Potosí en los gastos de la óptica. Pero Dios en su providencia divina intervino para que un amigo me pagara los gastos de mi viaje a San Luis.
La primera persona que vi al llegar a San Luis fue la Madre Isabel, quien ofreció orar por mí porque me vio con un bastón. Oró y me dio este mensaje del Señor: «El Señor te quiere sana y no te va a llevar a Su presencia todavía», pues en realidad yo ya deseaba irme con el Señor. Ella me invitó a la Casa de San José a descansar. Le compartí mi deseo de morir siendo religiosa. Entonces me dijo: «Vente unos días con nosotras». Cada vez que venía de visita, todas las hermanas me preguntaban: «¿Ya vienes a quedarte con nosotras?»
Le pedí a Carito, una mujer muy espiritual de mucha oración, que me aconsejara a cuál de las dos comunidades debía entrar. Ella oró y el Señor le dijo que me quería en San Luis Potosí. Otra señal de Dios para ayudarme a decidir mi ingreso a esta Hermandad fue mi conversación con el Padre Fundador de las otras hermanas del Estado de México donde me habían invitado a entrar. Le pregunté si era carismático y cuando me dijo que no lo era pensé que aquel no era mi lugar, pues yo quería estar en una comunidad que compartiera mi espiritualidad carismática.
Se me olvidó por completo el nombre y la dirección de las hermanas de México, así que terminé decidiendo que el Señor me llamaba a ser Discípula de Jesús. Hice mi Postulantado, mi Noviciado y un año de Votos Temporales. De regreso de mis vacaciones del primer año de Juniorado, yo venía decidida a despedirme de las hermanas porque pensé que éste no era el mejor lugar para mí. Yo anhelaba evangelizar y servir a los demás, pero me trataban como si fuera «viejita caduca que no siente ni piensa». Me sentía como monjita de clausura sin querer serlo. Deseaba servir en los apostolados de evangelización, así que estaba muy frustrada. Sin embargo, el Señor le dijo a la Madre Isabel que me invitara a hacer mis Votos Perpetuos. Entonces comprendí que la voluntad del Señor era humillarme y purificarme. Debía renunciar a lo que yo siempre había hecho. Siempre había estado al servicio de los demás, tratando de ayudar porque pensé que ese era mi llamado. Me sentía misionera, pero el Señor quería que frenara mi activismo y que aprendiera a escucharlo. El Señor quería vaciarme de todo lo que traía para que Él pudiera ocupar el lugar principal de mi corazón. Me dolió. Sufrí y sentía que no podía desahogarme con nadie. Pero después comprendí que «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna» (Jn 12,24-25).
Después de un año de Votos Temporales hice mis Votos Perpetuos para ser Discípula de Jesús por siempre.
DATOS BIOGRÁFICOS
Nací el 23 de julio de 1925 en Paraíso Novillero, Veracruz. Mis padres, Julio Hidalgo y Luz María Nieto, murieron cuando yo era muy pequeña así que mis padres adoptivos fueron Francisco Martínez Vera y Guadalupe Nieto Cobos. Me bautizaron en Cosamaluapa, Veracruz en noviembre de 1925. Hice mi Primera Comunión en Guadalajara en 1942. Ingresé a la Renovación Carismática en 1971 y a la Hermandad Discípulas de Jesús en 1993.
La Madre Irma se durmió en el Señor el 30 de julio de 2009. Es la primera Discípula de Jesús que está en el Cielo, junto con la hermana María del Rosario González («la Chata»), que partió a la Casa del Padre el 12 de marzo de 1980, cuando apenas se iniciaba esta Obra.
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Gracias por compartir.
Una pregunta que es de la vida de la hermana. Carmelita Crespo
Hola Magdalena !!! Ella vive en una de nuestras casas de Ciudad Victoria, y está muy bien, gracias a Dios. Aquí puedes ver su testimonio: https://www.discipulasdejesus.org/sobre-nosotras/proyecto-vocacional/testimonios-vocacionales/testimonio-m-carmen/
Dios te bendiga !!!!