Dios me decía que le entregara todo lo que amaba: familia, novio, estudio y trabajo. Me resistía pero al fin cedí por una fuerza amorosa que me hacía confiar en Él…
Eva María Durán Anguiano
Viví una infancia normal, muy feliz. Mis padres trabajaban mucho y mis hermanos mayores también. No tuve conocimiento ni experiencia de Dios. Sí oía hablar de Dios como alguien con mucha autoridad que castigaba a los malos y recompensaba a los buenos, y yo sentía difícil ser buena con tantas inquietudes pero trataba de serlo.
Asistía casi todos los domingos a Misa con mis hermanos y amigos porque mis papás después de Misa, nos dejaban ir al cine o a jugar. Era para mí muy pesado tener que estar seria una hora pero me aguantaba porque sabía cual sería mi recompensa: ir al cine Matinée.
Mi adolescencia fue muy semejante a mi niñez. No me gustaba estudiar ni trabajar, solo quería jugar, pero tenía que trabajar y estudiar y cumplía con lo que se me mandaba.
A la edad de 16 años, fui a vivir a Mexicali, B.C., para continuar estudiando la Preparatoria. Viví con mis hermanos mayores. Asistía a Misa los domingos porque tomé conciencia de que Dios era bueno y me cuidaba. Entonces yo debía pagar sus cuidados y me sentía obligada cuando menos a ir a Misa los domingos. Pensaba que Dios se ponía contento conmigo. Por este tiempo, como a los 17 o 18 años, asistí a un retiro de Renovación Carismática que me llamó un poco la atención por lo diferente que era de la Misa, pero no me gustó porque tenía que aplaudir, levantar las manos, cantar, etc. Mi idea en ese entonces era conseguir novio, casarme, tener hijos, pensamiento que rigió mi vida desde la niñez. Yo quería casarme.
A la edad de 20 años, fui a vivir a Tijuana, B.C., con mi hermana mayor y su familia y como ellos asistían a una Comunidad de Alianza, comencé a ir porque no quería quedarme sola en la casa. En esta Comunidad también se me hacían exageradas sus expresiones pero las predicaciones tocaban algo adentro de mí y comencé a conocer a un Dios vivo más cercano a mí y no tan rígido como toda mi vida lo había creído.
Seguía perseverando en esta Comunidad, aprendiendo a orar, a leer la Palabra, aunque también tuve fuertes dudas de fe porque oía predicar a los hermanos y me impactaban. Cuando los veía o escuchaba en oraciones, algunos me decepcionaban por sus acciones o comentarios y me preguntaba y me cuestionaba si todo lo que decían era mentira. Hasta llegué a dudar de la existencia de Dios. Poco a poco fui comprendiendo el proceso de conversión en la Comunidad y entonces pude entender y justificar sus acciones.
En este proceso perseveraba en la oración y en la lectura de la Palabra pues ya conocía a un Dios cercano que me podía ayudar, sobre todo para que se convirtiera el novio que tenía y poder formar una familia. En una ocasión oraba por él a Dios. Le pedía que lo sanara, que lo cambiara, y le pedí que me diera una lectura para conocer su voluntad y el Señor me dio Lucas 8,1 que dice: «Las mujeres que acompañaban a Jesús». Yo sin leerla, cerré la Biblia y dije: «Señor, no te entiendo. Yo quiero saber algo respecto a ese noviazgo y no entiendo qué me quieres decir».
En otra oración en un retiro de jóvenes sentí que Dios me decía que le entregara todo lo que amaba: familia, novio, estudio y trabajo. Me resistía pero al fin cedí por una fuerza amorosa que me hacía confiar en Él. Fue una liberación de mis apegos y orgullos. Después me di cuenta que el Señor no me quitaba nada sino que, al contrario, todo iba mejor que antes. Comencé a sentir que todo esto me estorbaba para orar, leer la Palabra y servir en la Iglesia. Dios tocaba fuertemente mi corazón y yo quería estar más cerca, conocerlo más. Observaba a las religiosas y decía: «Qué bonito sería ser como ellas», pero pensaba que yo me iba a casar.
Después, en otro retiro de jóvenes, un sacerdote decía que el Señor estaba regalando vocaciones y yo sentí que me imponían las manos orando por mí. Después dejaron de orar y yo quise ver quién había orado. Entonces abrí los ojos y no había nadie cerca. Me estremecí y dije: «Creo que el Señor me está llamando a la Vida Religiosa».
También en otra ocasión un hermano de la Comunidad me dijo que había orado por mí y que el Señor le daba una visión en la cual Jesús me conducía al Padre de la mano y me presentaba ante Él como su esposa. Entonces ya no tuve duda y tomé la decisión de responder afirmativamente a este llamado.
Ingresé a la Hermandad el 15 de enero de 1995, después de haber terminado mi carrera y haber hecho el examen profesional el día 9 de enero de 1995. El 12 de agosto del 2000 hice mis Votos Perpetuos y la gracia de Dios ha sostenido mi decisión de ser consagrada para siempre y Discípula de Jesús.
DATOS BIOGRÁFICOS
Nací el 15 de agosto de 1968 en Benjamín Hill, Sonora. Me bautizaron el 9 de octubre del mismo año en ese mismo lugar. Hice mi Primera Comunión el 13 de mayo de 1975. Soy la quinta de siete hermanos.
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M. Eva. Tu amiga Verónica Mendoza te manda un fuerte abrazo. Desde Perú.
Hola Vero !!!! Le transmitiremos tu mensaje a la M. Eva. Dios te bendiga !!!!!