Al final ganó Dios, y por encima de mis temores, lo acepté…
Elia Morales Silva
Conocí al Señor a los 15 años cuando estudiaba la Preparatoria. Me evangelizaron Ignacio Cid, Pepe Mendoza y la Hna. Luz. Fue una experiencia tan fuerte que Jesús se convirtió en el centro de mi vida. Mi encuentro con Jesús fue muy impactante. Hice la renovación de mi bautismo en la casa de 5 de Mayo y el Señor me dio el don de lenguas que hacía más fuerte mi entrega a Dios.
De 1981 a 1987 pasé el éxodo de mi vida. Viví un desierto, un tiempo fuerte de confusión en mi fe Católica, influenciada por una tía materna que cuestionaba fuertemente la doctrina de la Iglesia. Ella causó en mí grandes dudas, ya que yo no tenía bases firmes en mi fe por ser nueva en el conocimiento de Dios, de su Palabra, y más aún, de la doctrina de mi Iglesia.
Esto contribuyó a que yo me saliera de la Iglesia y renunciara a mi fe. Tuve conflictos muy fuertes. Visité varias sectas porque no encontraba mi lugar. Mi tía, con sus discusiones, ocasionó en mí un gran rechazo hacia ella y decidí no ser nada. Solo deseaba encontrarme con Dios y su voluntad.
Vivía enfrentamientos muy fuertes con mi mamá quien, preocupada por mi salvación, oraba por mí y me hacía ir a la Iglesia a la fuerza. Ella se acercó más a la Iglesia -porque éramos una familia solo de Misa de domingo- a través de la Renovación Carismática. Ella se encontró con Dios y yo la acompañaba a la Iglesia solo porque me obligaba, hasta que Dios, por su misericordia, me fue iluminando y llamando.
Yo sentía el peso en mi conciencia a causa de mi hermana Águeda, quien hacía lo mismo que yo. Una noche le dije que no me siguiera porque no sabía a dónde ir y no quería perderla. Esto no me dejaba descansar: pensar que por mi culpa se podía perder del verdadero camino. En oración el Señor me decía que no buscara la perfección en los hombres porque perfecto solo es Dios. Me decía que lo buscara a Él.
Un día venía de la escuela hacia mi casa y en el camión un señor se recargó en el asiento donde iba yo y comenzó a cantar: «Por no querer creer, por no obedecer, en las tinieblas te puedes perder. Si viniera Cristo y te visitara… ¿Qué le dirías? ¿Qué le entregarías? ¡Nada! Por no querer creer, por no obedecer, en las tinieblas te puedes perder…» Yo sentí que era Dios que me decía que obedeciera a mi madre y empecé a ir a las reuniones de oración en el local de Arista.
Hubo otro Curso de Evangelización en abril de 1987 y volví, aunque con muchas dudas, miedos y resentimientos con Dios, a quien quería encontrar y amar con todas mis fuerzas. Y fue en un encuentro en el Auditorio Miguel Barragán donde hubo una gran asamblea de alabanza y de oración en lenguas que tocó mi corazón. Yo escuché a Dios que me decía: «Yo aquí estoy. Esta es mi Iglesia y aquí te quiero. Búscame sólo a Mí…» Y decidí caminar en fe haciendo a un lado todo lo que me había dañado. No fue fácil. Era una lucha muy fuerte entre la razón y la fe.
En este tiempo conocí a María Guadalupe que era encargada de las jóvenes. Estuvo en mi grupo ágape del Sector Poniente en el ´88. María Guadalupe me invitó a firmar mi primer compromiso con la Comunidad Nueva Alianza por un año. Para mí fue un gran conflicto, ya que yo había decidido seguir a Dios sin ningún compromiso con nadie porque no quería sufrir al volver a equivocarme. Pero, al final ganó Dios, y por encima de mis temores, lo acepté.
A mediados de ese año las hermanas de mi célula, la cual dirigía María Guadalupe, decidieron ofrecerle a Dios tres meses de su vida. Querían dejar todo: casa, novio, trabajo, y poner una casa de aspirantes para conocer la voluntad de Dios… Yo era la única que no quería por mis miedos y porque, según yo, estaba enamorada y no quería renunciar a mi novio. Me molestaba cuando me insistían que me uniera a ellas para entrar a la casa y les decía que estaban locas y que no contaran conmigo.
Una noche, en una hora santa de jóvenes del Sector Poniente, escuché una voz que me decía en mi interior: «Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno escucha y me abre, entraré y cenaré con él» (Ap 3,20). Y estas palabras retumbaron en mí y me abrieron el corazón. Salí llorando y en la puerta encontré a María Guadalupe y la abracé y le dije que Dios me estaba llamando.
A partir de ese momento, algo pasó en mí. Un día, sin planearlo, le dije a mi jefe que le pedía la renuncia y cuando él supo la noticia, se burló de mí y dijo: «Eso no es para usted». Después le dije a mi novio que nos dejáramos de ver por tres meses y él dijo que había muchas mujeres y que Dios podía escoger a otra. Y aunque en el interior no quería, algo me impulsaba a hacerlo.
Una tarde le dije a María Guadalupe, en el local de Arista, que ya estaba lista, que ya había renunciado al trabajo y a mi novio. Ella me contestó que el Padre Pablo no había dado permiso para que se abriera la casa del Aspirantado pero que ella iba a comentarle mi deseo a la Madre Isabel. Yo por dentro pensaba que era un signo que Dios me daba de que no me quería para Él.
En mi casa, mis papás no querían que me fuera a la Hermandad, especialmente mi mamá no lo aceptaba. Sufrió una crisis de tristeza. María Guadalupe volvió a hablar conmigo para decirme que la Madre Isabel me iba a aceptar en la Hermandad como aspirante por tres meses y que ya podía entrar. El 16 de febrero de 1989, acompañada de mi mamá y de mi hermana Myrna, la Madre Isabel me recibió.
Durante los primeros días en la Hermandad, tuve muchos combates en mi interior. Soñé que mi mamá me decía que me necesitaba, que era una ingrata y, en el sueño, me iba de la Hermandad, pero después de un tiempo regresaba y al tocar el timbre de la puerta, nadie me abría. Solo escuchaba una voz que me decía: «Esta era tu última oportunidad. No se volverá a abrir la puerta». Este sueño me impresionó mucho y me ayudó a seguir adelante. Comencé a conocer y a amar más a Dios y a la Hermandad. Y ahora puedo decir como San Pablo: «Para mí la vida es Cristo» (Flp 1,21).
Hice mis votos perpetuos el 4 de septiembre de 1994 y ahora soy muy feliz como Discípula de Jesús.
DATOS BIOGRÁFICOS
Nací en San Luis Potosí en el año de 1964. Soy la primogénita de las dos familias, paterna y materna. Mis padres se llaman Gonzalo Morales Hernández e Irene de Morales. Somos siete hermanos: dos hombres y cinco mujeres. Estudié la Licenciatura en Relaciones Internacionales en el Tecnológico Regional en San Luis Potosí.
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