Hacía planes de matrimonio pero Dios se encargaba de deshacerlos… ¡Qué terco eres, Señor! En un principio no quería ser monja, pero el Señor no me quitó del corazón el deseo de serlo…
María Socorro Flores Reyes
En 1980 me fui a San Luis Potosí donde conseguí trabajo en una institución bancaria. Tenía cinco años trabajando en esa institución y me sentía cansada de la rutina diaria, cuando decidí hacer un alto en mi vida.
Me gustaba permanecer en las Iglesias por largos ratos. Era algo que yo no entendía. En una ocasión, estando en la Capilla del Espíritu Santo en San Luis Potosí, no sé cómo invoqué la misericordia de Dios llorando casi a grito tendido. Siento que ahí me tocó el Señor y empecé a sentir la inquietud de conocerlo. Dios no permitió que esperara más. Y a través de un sacerdote misionero del Espíritu Santo se me invitó a una jornada vocacional a la cual asistí. Me gustó pero en el fondo yo decía: «¡No, monja ni loca! ¡Yo no quiero ser monja! No quiero dejar todas las cosas que compré después de diez años de trabajo…»
Pero Dios me daba muchos signos de que no me quería en el matrimonio. Tuve varias oportunidades de casarme. Hacía planes de matrimonio pero Dios se encargaba de deshacerlos. Empecé a conocer a Dios un poco más antes de ingresar al convento. Jesús era el único que me llenaba y era una necesidad estar delante de su presencia. Por las tardes saliendo de mi trabajo lo buscaba a través de la Eucaristía, y así poco a poco fue creciendo mi deseo de conocer más y más al Señor. Ingresé al Convento de las Misioneras de la Caridad de María Inmaculada. Recuerdo que cuando llegué a San Juan de los Lagos -pues allá está el Postulantado- me emocioné mucho al ver la biblioteca tan llena de libros espirituales que me llevarían a conocer más al Señor.
No puedo negar que la formación me costó mucho (y me sigue costando) pues para la edad que tenía (30 años), no era fácil formar a una mujer que siempre fue independiente. Dios permitió que me saliera de esa Congregación y me dolió pero doy gracias a Dios por todo esto, porque si esto no hubiera pasado, yo no sería ahora Discípula de Jesús de lo cual me enorgullezco, pues me costó mucho serlo. Esperé doce largos años. Lo que me admira de todo esto es que yo ingresé por primera vez el 14 de julio de 1984 e hice mis votos perpetuos un 14 de julio de 1996. Esto es para mí un signo de que Dios me quería para la Vida Consagrada. Veo aquí la fidelidad de Dios, así como cuando sacó a los hijos de Israel de Egipto cuando cumplían exactamente 430 años de haber llegado a Egipto. Así a mí, cuando cumplía 12 años de haber ingresado a la vida consagrada, Dios me dio una alianza para siempre confirmando mi llamado. Cualquiera podría pensar como me lo dijo una hermana: «¡Ah, qué terca eres!» Yo más bien diría: «¡Qué terco eres, Señor!» En un principio no quería ser monja, pero el Señor no me quitó del corazón el deseo de serlo. Seguí teniendo oportunidades para casarme, habiendo salido una y otra vez del convento porque así Dios lo permitió. Nunca dejé de practicar mi vida religiosa. Hacía a un lado todo lo que me apartara de Dios.
También algo que me motivaba a seguir perseverando era que el Señor me había dado un texto casi después que hice mi primer curso de Renovación Carismática con estas palabras: «Toda planta que no haya sido plantada por mi Padre será arrancada de raíz» (Mt 15,13). Y era por eso que yo no podía encajar en el mundo, porque mis raíces estaban y están en la vida religiosa. Amo mucho mi vida consagrada. He aprendido tantas cosas estando lejos de las hermanas, debido al cuidado que tuve de mis padres ancianos. He aprendido principalmente a valorar la vida fraterna y a cada una de mis hermanas. He aprendido a amar, a perdonar, a dar más de mi persona a los que me necesitan. En mi trabajo apostólico puedo aportar experiencias que ayudan a otros. Me encanta la evangelización y la intercesión por los enfermos o por las personas que necesitan de un consejo, una palabra de aliento. Hago mío el problema e intercedo sin que esto me llegue a afectar. Reconozco que todo es gracia y que solo soy un instrumento de Dios. Nada tengo, nada valgo, nada soy; solo Dios es.
Por mucho tiempo no pude ejercer estos dones plenamente debido a que tuve la misión más difícil de mi vida: cuidar a mis padres. Doy gracias a Dios porque así me santificó y me hizo instrumento de salvación para mi familia que tanto amo. Reconozco que los Sacramentos, la Biblia, el Rosario y otros medios me han ayudado a perseverar. También agradezco a mis hermanas su oración en los momentos más difíciles de mi vida, manifestándoles que las amo de corazón.
DATOS BIOGRÁFICOS
Nací en San Ciro de Acosta, San Luis Potosí, el 19 de septiembre de 1954. Mis padres son German Flores (+) y Crescencia Reyes Méndez (+). Soy la cuarta de 11 hijos, seis hombres y cinco mujeres. Fui bautizada el día 14 de noviembre de 1954 y confirmada el 1 de octubre de 1955. Hice mis estudios de primaria y secundaria en el Colegio Fray Pedro de Gante en mi tierra natal. Salí de mi casa a la edad de 17 años para seguir estudiando una carrera corta en Ciudad Valles, San Luis Potosí, en el Colegio Motolinía. Terminé la carrera de Contador Privado y trabajé como Secretaria de Gerencia de dos empresas de prestigio en esa ciudad por cinco años.
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