El Señor no quería solo un poco más de mi tiempo, lo quería todo…
Lorena Armida Camacho López
Soy la tercera de cuatro hijos. Mis padres son Pepe y Alejandrina, y mis hermanos Alejandrina, Pepe y Paty. Mis cuñados son Alonso, Judith y Román. Gracias a Dios tengo nueve sobrinos: Miriam, Edith, Ximena, Pepito, Rodrigo, Samantha y Victoria. Nací en una familia católica. Estudié Nutrición y terminando Educación Física, y durante mis estudios jugué Basquetbol durante 14 años. Estuve en el grupo de adolescente unos meses, y en mi juventud me integré al grupo Sión. Aquí fue donde tuve mi encuentro personal con Cristo y recuerdo mucho un canto que decía “cómo conocerte y no amarte, cómo amarte y no seguirte”. Cuando salí del grupo comencé la escuelita bíblica, fui los lunes por 4 años. En ese tiempo me integré a la Guardia de Honor y apoyé un año en la catequesis en la capilla de la Natividad de María, donde tuve contacto con las religiosas Misioneras de Jesús Hostia.
En mi familia no hay ningún religioso y crecimos con la visión de formar una familia; ni pensaba yo que iba a ser religiosa. A los 21 años recuerdo que le decía al novio que tuve: «Tal vez esto no es para mí… ¿Y si es la vida religiosa?» Pero no hice más, hasta ahí me quedaba solo en pensar. Hasta los 26 años creo que el Señor comenzó a actuar en mi corazón, había algo en él que no sabía qué era. Ese año rechacé la oportunidad de ir a la preselección para los Panamericanos que fueron en Guadalajara; ya no quería jugar, mi familia ni se la creía.
En octubre estaba muy fuerte en mí otra vez la pregunta: «¿Y si el Señor quiere que sea religiosa?» Investigué cuándo era el INTERAS, el vocacional de la Diócesis, pero ya se me había pasado. En diciembre me fui a las misiones de invierno (esta era la cuarta vez que iba) al pueblito Lázaro Cárdenas, Namiquipa, Chihuahua. Me impactó el dolor que había en los niños, la gran necesidad y sed de Dios.
Cuando regresé vi que mi trabajo como asistente entrenadora de básquetbol femenil en la Universidad Autónoma de Chihuahua no me daba mucho tiempo para el servicio a Dios porque cada dos fines de semana salíamos fuera de la ciudad a torneos, y tomé la decisión de dejarlo y buscar otro trabajo. Lo platiqué con mis pápas y me apoyaron, así que en enero del 2012 fui a renunciar pero me ofrecieron que no fuera a las giras que eran fuera de la ciudad hasta terminar la temporada.
Pero el Señor no quería solo un poco más de mi tiempo, lo quería todo. En febrero se realizó el festejo del día del catequista en la Parroquia y el Señor me puso enseguida a la Hna. Gaby Díaz, Misionera de Jesús Hostia, y comencé a preguntarle cómo había sido su llamado, su inquietud por ser religiosa y al final de la conversación me invitó a un retiro en Durango, donde están sus casas de formación. En marzo me fui al retiro en camión con Sarahí, otra joven. Fue una experiencia muy sanadora, experimenté mucho su amor y su perdón. Al regresar a Chihuahua había en mí un deseo de consagrarme al Señor y cuando vi a la hermana le platiqué cómo me había ido y el deseo que había en mí y me invitó a comenzar un proceso vocacional.
Cuando les compartí a mi familia no lo esperaban y fue muy difícil para ellos saber de mi deseo de ser religiosa y que iba a comenzar un acompañamiento vocacional. El Señor me daba la fuerza y la gracia para responderle. En agosto de ese año me llevaron mis papás y Paty a Durango y ahí estuve un mes como Aspirante y cinco meses como Postulante, pero por cuestiones familiares decidí regresar a casa de mis papás. Ellos estaban muy contentos, pero en mí había una gran tristeza y sentía que mi casa no era mi lugar.
En abril fui a comer con la Maestra Mirtha, quien había sido mi entrenadora en la Universidad. Platicando con ella me invitó a visitar a su hermana, la Madre Soledad, Discípula de Jesús, para que platicara con ella y también para que las apoyara en el campamento kerygmático. En mayo estuve una semana en la casa de Texcoco; estaban la Madre Sol y las hermanas Hilda y Mirna. Me gustó mucho su vida de oración, danzarle al Señor, la forma en que vivían la obediencia… me sentía como en casa. En el retiro, en la última oración, cuando oraban por mí recuerdo que el Señor me invitaba a ser luz de las naciones. Y la Madre Sol cuando tuvimos la oportunidad de platicar me dijo que siguiera orando, que el Señor me iba a ir mostrando su voluntad.
A las dos semanas que llegué del viaje me fui con el equipo de básquetbol de la Universidad a la Universiada Nacional, que en marzo había comenzado a apoyar otra vez. En las tardes después de los partidos me iba a Misa, y una noche soñé a una monjita con velo negro que me decía: «Sigue adelante pero no mires atrás». Fue como el empujoncito del Señor que necesitaba, y al día siguiente hablé con M. Sol y le conté lo que había experimentado cuando estuve con ellas en su casa, entonces ella me invitó al vocacional de Julio.
Fui a ese retiro y para el 6 de Septiembre estaba lleguando a la Casa de Santa María de Guadalupe para iniciar el Aspirantado con las Discípulas de Jesús. Pero todavía no estaba lista. Para no hacerlos muy largo, regresé a la casa de mis padres, y al año siguiente pedí la oportunidad de nuevo de ingresar. Pero un martes antes de irme me entró mucho miedo de dejar a la familia y los amigos, y terminé quedándome ahí.
Sin embargo después de dos semanas hablé con la Madre encargada del Postulantado y le dije que no quería hacer mi voluntad sino la de Dios. Ella me dijo que no podía ingresar, que tenía que madurar pero que iba a platicar con el Consejo para ver cómo me podían ayudar. Cuando me dijo que tenía que madurar sentí que hirió mi orgullo, porque yo me sentía madura pues siempre me había ido bien en lo que realizaba, era responsable, comprometida… Pero madurar era más que eso.
Después de una semana me comuniqué otra vez con ella y me ofreció irme de retiro a la casa de San Agustín con la M. Mago. Me fui en octubre y en ese retiro el Señor me habló mucho de muchas maneras: estando con Él en las oraciones, también leyendo el libro Pies de cierva en lugares altos que sentía que me describía porque hablaba de una joven miedosa y cómo se dejaba influenciar por el exterior, pero a la que Dios le iba dando la ayuda necesaria para llegar con Él, con el Amado. Después leí también el Manual de sanación del niño interior. Este libro me fue de mucha ayuda, comencé a sanar mi autoestima, mis prejuicios, mi inseguridad, mis miedos. Fue una experiencia de sanación, de liberación, de salvación, de ver en mi vida el poder del Espíritu Santo y algo muy bonito que experimentaba es que el Señor me revelaba que valgo porque soy hija de Dios, no por lo que hago o por mis logros.
Esto no fue todo. En la tercera semana entré a las clases con las hermanas postulantes: Perla, Lupita, Elsa y Lucero. Aquí el Señor bien directo me decía: «¡Madura!», y me mostraba que tenía que tomar una decisión, me consagrara como religiosa o no, pero no podía estar mirando atrás. Y al final en la cuarta semana estuve viendo el programa de vida, con el libro Vicios y virtudes de Alejando Ortega. El Señor había hablado mucho. Ahora, llegando a Chihuahua, tenía que ponerlo en práctica, lo mero bueno.
Llegando el Señor me permitió compartirlo con mi comunidad en la que también estaban mis papás, unos tíos y primas. Fue hermoso porque ellos habían estado orando por mí un Rosario todos los días cada familia en el mes.
Fue difícil. De repente quería echarme para atrás, pero el Señor a través del Papa Francisco en su homilía me invitaba a PERSEVERAR, hablaba de la vida de la hermana de Santa Teresita, Leonida, y contaba cómo ella hasta la quinta ves que ingresó al convento se había quedado, porque cuando oraba le decía al Señor que ya lo había intentado tres veces, pero bueno, el Señor ahí seguía.
En Semana Santa tuve una experiencia con Jesús en la velada meditando el Viacrucis de 24 horas en la Capilla de Corpus Cristi, y me invitaron a que apoyara con la meditación. Y estando de rodillas frente al Santísimo experimentaba esa mirada de amor, al final se pedía por las vocaciones consagradas que lo dejaban, era como si me lo estuviera diciendo a mí. Y en ese momento le consagré mi vida para amarlo y para la salvación de las almas. Y desde ese momento ya no volví a experimentar el nudo en la garganta cuando pensaba en lo que iba a dejar al irme con Él.
En julio hablé con el Padre Ricardo, FM, mi director espiritual, para decirle que si me lanzaba a la aventura con Jesús pero que necesitaba su aprobación. Me dijo que sí, que contara con sus oraciones y que no olvidará que el Hijo del Hombre no tenía dónde reclinar la cabeza. Que me mantuviera en oración. Lo más difícil era lo que seguía: compartirlo con mi familia, porque nos costaba la separación, pero fue muy bonita la experiencia; me dieron su apoyo, claro, sin dejar de sentir el dolor por el desprendimiento.
Ya al final la última prueba era si me aceptaban de nuevo en el Instituto, así que hablé con la Madre Mago. Ella me pidió que le hablará de nuevo en una semana para ver que decía el Consejo por mi situación; volví a marcar y me dijeron que sí, que aprovechara la oportunidad. Y así fue, el 6 de septiembre, de nuevo el mismo día, volví a ingresar para ser Discípula de Jesús para gloria de Dios.
“¡Que no se haga mi voluntad, Señor, sino la tuya!”
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