M. Isabel de la Cruz Crespo Ruiz
Nací en un hogar muy católico, en un Rancho donde en la época de la conquista se fundó una misión franciscana, y en el tiempo de mis abuelos, durante la persecución religiosa, algunos sacerdotes se protegieron en ese lugar. Durante mi infancia el párroco atendía dos parroquias, y pasaba unos meses en el Rancho que, sin ser la cabecera municipal, era el centro religioso de la región, y otros meses en la otra parroquia. Cuando él estaba teníamos Misa y Rosario a diario. También en este lugar se fundó el grupo de Adoración Nocturna, fue uno de los primeros en todo el estado de Tamaulipas (1943). Tal vez por todo este antecedente, cuando viví ahí, en mi primera infancia, había un ambiente muy religioso.
Desde niña conocí a Dios como mi Padre, mi Amigo, mi Novio, y quise ser religiosa. Cuando me preguntaban qué iba a ser de grande, decía que “monjita”. Tuve una gran relación con Jesús Eucaristía. Me gustaba pasarme horas cerca del Sagrario. Mi familia rezaba el Rosario y frecuentaba la Eucaristía cada día. Todo eso formó en mí un gran amor a la Eucaristía y a María.
Después nos trasladamos como familia a Ciudad Victoria, Tamaulipas, y durante el resto de mi infancia y toda mi adolescencia participé activamente en los grupos de Acción Católica (Pequeñas, Aspirantes, Estudiantes en la J.C.F.M.), lo cual formó en mí un gran amor a la Sagrada Escritura, a la Iglesia, a la patria. Con la ayuda de hermanas, primas y amigas, formamos grupos de jóvenes de la J.C.F.M. y de catecismo para niños.
Como estudié en escuelas del gobierno, siempre fui atacada en mi fe, pues la mayoría de mis maestros eran masones, pero eso favoreció el que me preocupara por defender mis principios religiosos y, aconsejada por los sacerdotes que nos asesoraban en la Acción Católica, leía las Sagradas Escrituras, la Religión Demostrada, y muchos libros más que formaron mi carácter y mi espíritu de celo por Dios y por su Iglesia.
Cuando terminé de estudiar la Normal Básica (a los 17 años), me fui a trabajar a la frontera de Tamaulipas, en un ambiente de mucha indiferencia religiosa; a pesar de eso yo seguía apoyando en la Iglesia en cuanto podía, dando catecismo o con las muchachas de la J.C.F.M. En esa época, el ambiente del mundo empezó a atraerme, aunque no logró dañarme, pues yo seguía deseando ser religiosa.
Pasados cinco años de trabajo y andando de un lado para otro en pueblos y ranchos, me rebelé contra Dios, pues yo no quería eso para mi vida. Y un día al rezar, en lugar de mis rezos le dije: “Tú no existes, porque si existieras ya me hubieras escuchado y me hubieras llevado a trabajar a mi ciudad para estar con mi familia. Ya no te voy a pedir nada a Ti; mejor le voy a pedir a la luna, ella tal vez me escuche más que Tú”.
Como estaba enojada con Dios, dejé de ir a la Iglesia unos días, tal vez un mes, pero después le dije a Dios: “Si no existes, yo te voy a inventar, pues yo aprendí a ser feliz contigo y te necesito”. Pero mi relación con Él ya no fue igual.
De ahí en adelante mi vida fue yéndose poco a poco lejos de Dios, me fui llenando de ídolos y mi existencia empezó a girar alrededor de ellos. Yo los fabricaba, los adoraba, y como no me satisfacían, los botaba y me hacía otros. Así pasé de los intereses económicos (quería ganar mucho dinero para ser feliz), a los sociales y afectivos (pensaba que las fiestas, paseos y amistades me harían feliz). Después luché por los intereses intelectuales: estudié en la Normal Superior y empecé otra carrera en la Universidad, porque yo pensaba que si sabía mucho y era la mejor profesionista iba a ser feliz. Al final, busqué los bienes espirituales, pero en forma equivocada, en filosofías orientales, control mental y lecturas de Rosacruces.
De esta manera, a la vuelta de otros cinco años, yo era una verdadera hereje. Quería juntar a Cristo con Buda, la Resurrección con la reencarnación. Leía el Evangelio y Cristo me parecía pasado de moda. ¿Cómo podía ser posible que se pudiera vivir eso de “si te pegan en una mejilla pon la otra”? ¡Eso era absurdo! Cristo y su doctrina eran obsoletos.
En 1972 regresé a trabajar en la ciudad donde vive mi familia (Ciudad Victoria, Tamaulipas). El ambiente familiar me presionaba a vivir como cristiana, como católica. Empecé a hacerlo pero sólo exteriormente, pues ya solamente me relacionaba con Dios para exigirle, para pelearme o quejarme con Él.
En 1974, dos años después y convencida de que nada me daba la felicidad, me dije: “¿Por qué soy tan tonta y ando buscando la felicidad donde no está, si yo sé dónde está? Voy a buscar las cosas que me hicieron tan feliz de niña y adolescente; las cosas de Dios sí que me harán feliz”.
Y así, con una motivación no muy correcta (pues me buscaba a mí misma), decidí no trabajar ese verano, ni ir a tomar ningún curso a México D.F., como acostumbraba hacerlo. Y me dije: “Este verano lo voy a dedicar a buscar a Dios”.
Fui con mi párroco y me mandó de misiones a un ejido, al que visité por dos años, realizando con otros jóvenes labor evangelizadora y social (vacunación, huertos familiares, etc.).
Cuando yo tomé la decisión de buscar a Dios (o mi felicidad cerca de Dios), Él empezó a buscarme a mí. Así comencé a recibir invitaciones de las amigas de Acción Católica, de los Grupos Bíblicos y de Jornadas de Vida Cristiana, y fue aquí, en este grupo, en donde me reencontré con Jesús, mi Amigo, mi Novio, al que yo había tontamente abandonado.
¡Ah! Pero coincidentemente también me buscaron otras personas. Los que había conocido en Control Mental me invitaron a dar clases. ¡Nada más y nada menos ser maestra de esos cursos! Y también me buscaron las “Damas del Comité Pro Cultura”. ¡Qué casualidad! Ahora que yo había decidido buscar a Dios, otros dioses me buscaban a mí… Desde luego esos dioses no me convencían pues ya los conocía; yo ya venía de regreso. Y me decidí por Jesús, el único Dios verdadero.
El día de mi conversión fue el 14 de julio de 1974. Desde ese día me volví loca por Jesús, nada era suficiente. Era yo como “tierra reseca, agrietada, sin agua”. Los Evangelios, tan conocidos para mí desde niña, ahora eran algo delicioso, la más agradable y deseable lectura. Las reuniones, el apostolado, la Eucaristía diaria, el rezo del Rosario, todo esto volvió a mi vida como lo más importante: ¡Jesús era mi todo!
Volví a sentir el llamado a la Vida Religiosa y, aunque con cierta resistencia al principio, pues yo quería casarme, Jesús logró atraparme totalmente. Mi frase preferida en este tiempo era: “Me sedujiste, Yahvé, y me dejé seducir. Fuiste más fuerte que yo y me venciste” (Jer 20,7).
Así, poco a poco, fui dejando algunos trabajos que tenía para dedicarme más y más al Señor.
Empecé a buscar Congregaciones para escoger y decidir mi ingreso en alguna de ellas, y por consejo de mi director espiritual, les escribí a las Hermanas de la Cruz (de Conchita de Armida), pues yo quería dedicarme a la oración, ya que en Jornadas había aprendido que “la oración es la palanca que mueve la mano de Dios”.
Pronto me convencí de que ese no era mi lugar, pues no creía que pudiera estar siempre encerrada. Pero desde entonces hice un compromiso privado de permanecer consagrada a Dios para siempre en mi casa o en un convento, donde Dios quisiera, donde más me necesitara.
Duré un año en Jornadas de Vida Cristiana y luego, en un viaje por Campeche, Yucatán y Cancún, conocí a unos jóvenes en una reunión nacional de Jornadas, y me encantó su forma de orar al estilo de la Renovación Carismática.
Consultando con el Sr. don Alfonso Hinojosa Berrones, Obispo de Ciudad Victoria en ese tiempo, me dijo que escribiera a la Iglesia de San José del Altillo, en México. Escribí al Padre Salvador Carrillo Alday, Misionero del Espíritu Santo, que era el Asesor Nacional de la Renovación Carismática, invitándolo a Ciudad Victoria. Y así, el 25 de octubre de 1975, recibí el Curso de Evangelización Inicial de parte del Padre Carrillo Alday y Pepe Prado. Así se inició la Renovación Carismática en Ciudad Victoria, en el templo de San Martín de Porres, que estuvo “a reventar”, con cupo lleno esos días del curso.
En febrero de 1976 fui a Matamoros y Reynosa a un Encuentro de la Renovación Carismática, y ahí conocí al Padre Pablo Cárdenas Cantú, nuestro Padre Fundador.
En marzo de 1976 el Padre Pablo Cárdenas Cantú nos visitó en Ciudad Victoria y nos dio un Curso de Evangelización en la Catedral.
En agosto de 1976 él nos invitó, por medio del sacerdote encargado de la Renovación, a asistir a un curso de Biblia en El Izote, Nayarit.
Estuve ahí todo el mes de agosto de 1976, y fue entonces cuando recibí el llamado de Dios a dejar todo definitivamente. Sentí que ese era mi lugar. ¡Pero aquello no era nada! Sólo un grupo de personas que, dirigidas por el Padre Pablo, orábamos y estudiábamos la Biblia todo el día, y los fines de semana íbamos a los poblados cercanos a evangelizar.
Sin embargo, regresé a mi casa, renuncié a los trabajos que aún tenía en la Normal Básica y en la Universidad Pedagógica, y el 1 de noviembre de 1976 me regresé a El Izote. ¡Había dejado todo, y para siempre!
El 11 de noviembre de ese mismo año cambiaron al Padre Pablo a la ciudad de San Luis Potosí, y varias personas que ya habíamos tomado esa decisión nos fuimos con él.
Desde entonces, ha sido un caminar en fe. Sin saber qué sigue ni a dónde voy, pero segura de que si me he aventado con los ojos vendados al vacío, creyendo en Dios, caeré en sus brazos amorosos.
Isabel de la Cruz Crespo Ruiz, D.J.