Carisma es el rasgo fundamental en el que deseamos configurarnos con Cristo, es decir, asemejarnos a Él. Para nosotras como Discípulas de Jesús la especial característica del Señor que queremos imitar es el ser Discípulo.
Nuestro Carisma: ser Discípulas
Un discípulo es alguien que sigue a un maestro para vivir con él y como él, y nosotras reconocemos y aceptamos a Jesús como nuestro único Maestro y Señor a quien escuchamos y seguimos.
Jesús, Discípulo del Padre, inauguró un estilo de vida que es el que nosotras deseamos vivir: como Discípulo estuvo siempre a la escucha de los secretos de su Padre, y así, contemplándolo, imitándolo y obedeciéndolo, lo complació en todo hasta llegar a la muerte y muerte de cruz.
Nosotras, impulsadas por el Espíritu Santo, deseamos vivir en esa constante escucha, contemplando, imitando y obedeciendo a Jesús para glorificar al Padre. Por ello deseamos
configurarnos con Cristo, Discípulo perfecto del Padre,
imitando a la Virgen María, primera Discípula de Jesús.
La Virgen María nos enseña a vivir nuestro Carisma
Como mujeres tenemos un modelo a imitar en la Virgen María, nuestra Madre.
María es la Discípula perfecta. María encarnó al Verbo y desde ese momento fue Discípula del Verbo.
María se hizo una con el Verbo. El Verbo la inundó, el Verbo la poseyó, y desde ese momento ella entró en un diálogo profundo con Él. Siempre estuvo a la escucha atenta, y en ese diálogo profundo se hicieron uno. María se cristificó. María es la llena del Espíritu Santo, María es la hecha una con Él, la primera que se cristifica, la primera Discípula de Jesús.
Así, María queda llena de la humildad del Verbo, de la pureza, de la obediencia, en fin, de la santidad del Verbo.
Pero para que María viviera esta experiencia, primero se hizo la Esclava: “He aquí la Esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).
María, al hacerse la Esclava del Señor, engendra al Verbo, y así se hace una con Él. Entra en ese diálogo profundo, y al hacerlo, lo escucha, lo contempla, lo imita. Ella es la primera Discípula de Jesús.
Esa misma dinámica debe seguir toda Discípula de Jesús: hacerse la esclava de Jesús, entregarle su corazón, su vida, su amor, su voluntad, todo su ser. Escucharlo cada día, contemplarlo, obedecerlo, y en este proceso hacerse una con Él: cristificarse.
La vida de la Discípula siempre será en función de su Maestro, siempre girará en torno a Él. Será una con Él: un solo corazón, una sola mente; buscará tener sus deseos, sus anhelos, sus pasiones, sus amores, su voluntad, sus sentimientos. Y así, al irse configurando con Él, se hará una con Él y se irá convirtiendo en su esposa. Así vivirá en una triple relación de esclava, discípula y esposa.
Esta es la esencia o el ser de la Discípula de Jesús: ser esclava, discípula y esposa de Jesús.
Las Discípulas de Jesús deseamos tener a Jesús como nuestro único Maestro al que cada una escuchará, contemplará, imitará y obedecerá en completa docilidad a su Espíritu. Esto nos ayudará a hacernos una con Él, es decir, a cristificarnos.
Las Discípulas de Jesús queremos seguir radicalmente a Jesucristo virgen-pobre-obediente, en comunidad de vida fraterna y apostólica, consagrándonos totalmente a Dios Padre en el Espíritu Santo, mediante la profesión de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia.
De este modo deseamos vivir más plenamente el amor a Dios y al prójimo y nuestro servicio a la Iglesia para la salvación del mundo, y así vivir profundamente el misterio de la Iglesia y preanunciar la gloria del Reino futuro.
Por eso en nuestro carisma se fundamentan y originan tanto nuestra espiritualidad como nuestra misión.
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