La resurrección de Jesús: el comienzo de lo nuevo

La resurrección de Jesús es el comienzo de lo nuevo.

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio quitada la piedra que tapaba la entrada.
Corrió entonces a donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, aquel a quien Jesús quería mucho, y les dijo: «¡Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto!»
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro (…). Él también vio allí las vendas, y vio además que el sudario que había servido para envolver la cabeza de Jesús no estaba junto a las vendas, sino enrollado y puesto aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio lo que había pasado y creyó…

(Jn 20,1-8)

La resurrección de Jesús da comienzo a lo nuevo. Como si el calendario volviese a empezar «de cero»: es el «primer día». Y es el primer día de la primera semana.

Porque la Pascua no es repetir el ayer y el pasado. La Pascua es «paso» del ayer al hoy, de los viejos días a los días nuevos. El resto de la historia no será ya otra cosa que ir desplegando todo el abanico de las nuevas posibilidades de la Pascua del Señor.

La mañana de la resurrección es solo el comienzo

En la mañana de la resurrección comienza lo nuevo.
Poco a poco la fe se irá iluminando y fortaleciendo…

Pero el día de la resurrección no lo es todo. Es solo el «primer día». Le faltan los demás días. Y además estamos todavía en el «amanecer». Aún el nuevo sol que es Jesús recién se está manifestando. Nos queda todavía todo el resto del día, lleno de idas y vueltas, lleno de búsquedas y encuentros.

En este primer día «todavía no se ve todo claro». Y en el corazón de la pequeña Iglesia naciente hay aún muchas dudas, muchas inseguridades. Es el comienzo de una experiencia que tendrá que ir profundizándose a través de las distintas apariciones, a través de las cuales se irá manifestando Jesús vivo.

Los comienzos no fueron claros. «Aún estaba todo oscuro», dice la Palabra de Dios. Pero poco a poco irá clareando el día y se irá profundizando la experiencia. Y poco a poco la fe se irá iluminando y fortaleciendo.

¡Jesús está vivo!

Las vendas y el sudario son signo de la resurrección.
Las vendas y el sudario, que eran los vestidos de un muerto, son ahora signos de que el muerto está vivo…

Lo importante hoy es descubrir, en medio de nuestras dudas, que Él está vivo y está en medio de nosotros. Y que, después de la tragedia de los días pasados, algo nuevo está naciendo entre nosotros.

Es posible que el mundo siga teniendo la impresión de que estamos en tiempos de sepulcros. Que la Iglesia está muerta, que la fe está muerta, que Dios está muerto.

Y es posible que a veces la gente trate de buscar a Dios en los escombros de la Iglesia y de la fe.

Pero mientras piensan en un Dios muerto en la Iglesia… ¡Dios ya está gozando del frescor de la mañana en el jardín de la vida!

El mundo puede considerar muerto a Dios. Pero Dios no depende de lo que nosotros podamos pensar. Y mientras nosotros andamos entre muertos en el cementerio, Dios está vivo en el jardín de la comunidad.

Por eso la verdad de la Pascua hoy será: ¡Jesús vive! ¡Jesús está vivo! Y Jesús está en la comunidad.

Por más que tengas miedo y dudes, las vendas y el sudario, que eran los vestidos de un muerto, son ahora signos de la resurrección, signos de que el muerto está vivo.

¿Se han llevado a Dios?

«Se han llevado al Señor…», exclaman llorosas las mujeres. Y esta pudiera ser también la impresión de muchos hombres hoy: ¡se han llevado a Dios!

Posiblemente tú mismo alguna vez te hayas hecho esta pregunta: ¿Dónde está Dios? ¿Quién se lo habrá llevado? ¿Dónde lo habrán puesto? Vemos los restos que han dejado de él: quedan Iglesias, discursos, leyes, cosas que le pertenecieron… Pero él parece que ya no está.

Y sin embargo ¿será cierto que Dios ya no está ni en el mundo ni en la Iglesia? ¿O no será más bien que tú no eres capaz de verlo? Debes saber que Jesús ya no está vendado ni con el sudario de muerto que le pusieron el Viernes Santo por la tarde. ¡Jesús anda libre! ¡Ha soltado sus ataduras! El sepulcro le ahogaba, le resultaba demasiado estrecho. Y por eso ahora anda en el jardín.

El jardín pareciera ser el lugar preferido de Dios. Al crearnos «nos puso en un jardín». Y él mismo cada tarde tomaba el fresco del atardecer, paseándose por el jardín, en signo de libertad.

Jesús Resucitado: el mismo pero distinto

Jesús resucitado es el mismo pero distinto.
El Jesús de la mañana de Pascua es un Jesús nuevo. Es el mismo, pero distinto y nuevo…

A Jesús no lo pudo atar ni retener la muerte. Menos lo podremos atar y retener nosotros los hombres. Jesús solo se siente bien en la libertad. Porque solo la libertad es capaz de inventar, de crear lo nuevo.

El Jesús de la resurrección, de la mañana de Pascua, es un Jesús nuevo. Es el mismo, pero distinto y nuevo. Es el de antes: ahí están los signos de su ayer, las llagas. Pero es nuevo, distinto, diferente. Ahora está libre de la muerte, ya no podremos matarlo más. Y está libre para «recrearlo todo de nuevo».

No se lo «han llevado». Él ha salido, ha roto todas las ataduras. Imposible atarlo ahora de nuevo. Ahí quedan las vendas y el sudario. Pero Él no está ahí. Está escuchando los cantos de los pájaros en el jardín y está escuchando la voz de tu corazón.


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