Recibe en tu vida la promesa del Espíritu Santo

La promesa del Espíritu Santo

«Al llegar el día de Pentecostés estaban todos reunidos con un mismo objetivo. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos. Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas según el Espíritu les concedía expresarse»

(Hch 2,1-4)

¿Quién es el Espíritu Santo?

El Espíritu Santo es la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Nosotros, los cristianos católicos, tenemos un dogma central de toda nuestra fe: creemos en un solo Dios en el cual hay Tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios. Es un solo Dios en el cual hay tres Personas distintas.

Aun cuando las tres Personas participan en toda la historia de salvación, más concretamente se le atribuye la creación a Dios Padre, la redención a Dios Hijo, y la santificación a Dios Espíritu  Santo.

Por lo tanto, el Espíritu Santo es Dios, una de tres Personas de la Santísima Trinidad.

La presencia del Espíritu Santo en la Historia de la Salvación

La presencia del Espíritu Santo en la Historia de la Salvación

Si revisas las Sagradas Escrituras encontrarás al Espíritu Santo desde el principio. Ya en las primeras páginas de la Biblia (en Gn 1,2) dice que el Espíritu Santo aleteaba o descansaba sobre el caos. Desde el primer capítulo del Génesis se habla de la presencia y la acción del Espíritu Santo en la  creación.

Cuando Dios por su Palabra crea todo lo que existe se menciona la acción del Espíritu Santo. El Salmo 104,29 dice que Dios da vida a todos los seres a través de su Espíritu.

Después lo contemplamos en las Sagradas Escrituras suscitando a los patriarcas, guiando y dando discernimiento a los jueces, dándole habilidad a los artesanos, sabiduría a los reyes y a José, inspirando a los profetas, a David, a Moisés… El Espíritu  Santo actúa a través de toda la Historia de la Salvación desde la creación.

La promesa del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento

También el libro del Génesis (6,3) nos dice que en los primeros tiempos, cuando Dios vio que había mucho pecado en el mundo, retiró su Espíritu porque el hombre no era mas que pecado. A partir de entonces nada más los profetas, los reyes, los patriarcas y los pobres de Yahvé (los anawin), que eran fieles a Dios, podían experimentar esa presencia y dirección del Espíritu Santo. El resto de la humanidad estaba enemistada con Dios, lo que no les permitía disfrutar de la presencia del Espíritu Santo. Desde entonces Dios, a través de toda la historia, fue anunciando y prometiendo que iba a derramar el Espíritu Santo sobre toda carne.

El profeta dice: «Sucederá después de esto que yo derramaré mi Espíritu Santo en toda carne. Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros ancianos soñaran sueños y vuestros jóvenes verán visiones. Hasta en los siervos y las siervas derramare mi Espíritu en aquellos días» (Joel 3,1).

En esta profecía se promete un derramamiento del Espíritu Santo sobre toda la humanidad. También el profeta Isaías (11,2) y el profeta Ezequiel (36,25) anunciaban este derramamiento del Espíritu Santo.

El cumplimiento de la promesa

El cumplimiento de la promesa

Dios cumplió esta promesa principalmente en la persona de Jesús. A Jesús le llamamos «el Cristo», «el Mesías», «el Ungido». Estas expresiones significan lo mismo: «Cristo» es una palabra griega,  «Mesías» es hebreo y «Ungido» español. Estas tres palabras pueden traducirse como «el lleno del Espíritu Santo».

Por tanto todas esas promesas del Antiguo Testamento, todo ese derramamiento del Espíritu que se prometió en el Antiguo Testamento, se da plenamente en la persona de Jesús. Su Encarnación se realiza por medio del Espíritu Santo (Lc 1,35; Mt 1,20). Cuando Jesús es bautizado (Mt 3,6; Mc 1,9; Lc 3,21; Jn 1,29) recibe como hombre la plenitud del Espíritu Santo. Como Dios Él estaba lleno del Espíritu Santo desde siempre, pero como hombre recibió el bautismo en el Espíritu Santo para realizar la misión que se le encomendaba.

El bautismo en el Espíritu Santo

Jesucristo es quien nos bautiza en el Espíritu Santo, quien nos da el Espíritu Santo, porque Él es el Ungido, es el lleno del Espíritu Santo. San Juan Bautista decía: «Detrás de mí viene Uno al cual yo no soy digno de desatarle las correas de los zapatos» (Jn 1,29).

Bautizar quiere decir «sumergir», «empapar», «llenar de». Así como una esponja cuando la metemos en el agua se llena, esa misma experiencia vives cuando eres bautizado en el Espíritu Santo. Porque el Espíritu Santo te «atrapa».

Desde el día de tu Bautismo (CEC nº 1215) y en tu Confirmación (CEC nº 1285) tú recibes el Espíritu Santo, lo tienes. Ahora la pregunta es: ¿qué tanto te tiene a ti el Espíritu Santo? ¿Te has consagrado a Él? Puedes responder que sí, desde el día de tu Confirmación. Pero ahora, ya consciente de que debes seguir a Jesús, ¿te consagraste al Espíritu  Santo?

La acción del Espíritu Santo en ti

La acción del Espíritu Santo en ti

El Espíritu Santo es el que te irá transformando, el que te irá guiando, el que te dará la gracia para vivir como verdadero hijo de Dios. Dice la Palabra de Dios que «nadie puede decir “Jesús es Señor” si no es por la acción del Espíritu Santo» (1Co 12,3). Esto quiere decir que por ti mismo no puedes seguir a Jesús; es más, ¡no quieres! Porque eso violenta tu naturaleza humana.

Por eso necesitas decirle al Espíritu Santo: «¡Ven Espíritu Santo! Lléname de Ti… ¡Ven Espíritu Santo! Me consagro a Ti… ¡Ven Espíritu Santo! Enséñame a amar a Jesús, enséñame  a ser obediente, enséñame a  ser casto…»

¿Crees que se puede vivir todo esto sin la gracia del Espíritu Santo? ¡No! Solo con Él se puede vivir en castidad, se puede vivir sin el pecado de la lujuria, se puede vivir sin la esclavitud de las pasiones del cuerpo. Con la gracia del Espíritu Santo puedes rechazar el pecado, la envidia, la gula, la pereza… Por eso necesitas al Espíritu Santo.

Seguramente has experimentado este dilema o conflicto: quieres seguir a Dios pero no puedes, como dice San Pablo, «no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero» (Rm 7,19). San Pablo se encontraba en esta lucha queriendo hacer el bien sin poder hacerlo. Por eso necesitas consagrarte al Espíritu Santo.

Las figuras del Espíritu Santo

Aunque en otra publicación ya hablamos este tema (puedes verlo aquí), conviene que aquí recordemos dos de las figuras o símbolos del Espíritu Santo en la Biblia:

El agua

El Espíritu Santo es como el agua. El agua limpia, quita la sed, da vida… Y todo esto hace el Espíritu Santo: te limpia del pecado, te quita la sed de ser amado, te da la vida eterna.

Pero también el agua, cuando llega como un río turbulento, arrasa con todo, hasta saca de raíz los árboles. Cuando el Espíritu Santo llega a tu vida arrasa con todo tu pecado, y si lo dejas arrancará de ti hasta los pecados más grandes y feos, que tienen raíces muy profundas.

El Espíritu Santo es como el fuego

El fuego

Otra figura del Espíritu Santo es el fuego. El fuego trasforma la naturaleza de los objetos. Por ejemplo, cuando ponemos un tronco ya seco al fuego ¿qué sucede? Primero salen los animales que tenía el tronco, y luego el leño se transforma totalmente hasta convertirse en ceniza.

Eso mismo pasa en tu vida cuando llega el Espíritu Santo: salen las «tarántulas», las «arañas», las «lagartijas»…  ¡Sale todo lo malo! Por eso, si quieres ser libre del pecado y de las opresiones del diablo, invoca al Espíritu Santo.

Y así como por el fuego se transforma la naturaleza de los objetos, así tu vida se transformará de una naturaleza humana y pecadora, en una naturaleza divina. Esa es la misión del Espíritu Santo: Él te diviniza, te santifica. No importa qué tan grande sea tu pecado, el Espíritu Santo te santifica. La vida de todos los santos es un ejemplo de ello.

Dicen que Dios se especializa en hacer grandes obras de arte con chatarra. Tú eres esa «chatarra», y si te dejas atrapar por Dios y llenar del Espíritu Santo, Él hará grandes maravillas. Así lo hizo con san Agustín, con san Francisco y con tantos otros santos que antes de conocer a Dios andaban en el pecado, pero los atrapó Dios y los santificó.

Por lo tanto, ¡tienes una esperanza! Por muy pecador que te veas o que seas, por muy grande que sea y muy arraigado que tengas un pecado, el Espíritu Santo lo puede hacer en ti.

Pentecostés

Pentecostés

El Espíritu Santo fue derramado sobre toda carne el día de Pentecostés (Hch 2,1). Cincuenta días después de la muerte y resurrección de Jesús es cuando vino el Espíritu Santo.

La segunda Persona de la Santísima Trinidad nos visitó en Navidad; la tercera Persona de la Santísima Trinidad, en Pentecostés. Dice el libro de los Hechos de los Apóstoles (1,12) que entonces estaban reunidos rezando la Virgen María y los apóstoles, porque Jesús les había dicho no se fueran de Jerusalén hasta que recibieran la promesa, que era el Espíritu  Santo (Lc 24,49).

Pentecostés es la venida del Espíritu Santo a la Iglesia y a toda la humanidad. Ese día se derramó el Espíritu Santo sobre toda carne y lo reciben aquellos que creen en Jesús. Por eso podemos decir que el día de Pentecostés es el día del cumplimiento de la promesa del Espíritu Santo.

Tú puedes recibir la promesa del Espíritu Santo hoy

Tú que crees en Jesús, ¿ya recibiste el Espíritu Santo? Como dijimos anteriormente, lo recibiste el día de tu Bautismo y en tu Confirmación. Y cada vez que te acercas a los Sacramentos, y cuando te pones a orar, o cuando lees la Palabra de Dios, y cada vez que lo invocas de todo corazón recibes la presencia del Espíritu Santo.

Ahora puedes recibir la promesa del Espíritu Santo. Pero necesitas hacer tres cosas:

  • Convertirte, es decir, cambiar de mentalidad.
  • Aceptar a Jesucristo como tu Señor.
  • Abrirte a la presencia del Espíritu  Santo.

¿Qué sucede en tu vida cuando recibes la promesa del Espíritu Santo?

¿Qué sucede en tu vida cuando recibes la promesa del Espíritu Santo?

En ti pueden suceder muchas cosas cuando tienes la experiencia fuerte del bautismo en el Espíritu Santo. Él te toma y te cambia, y después de esa experiencia empiezas a sentir gozo y paz.

Además empiezas a tener una presencia más real de Dios, una relación más personal con Jesús y también con tu Padre del cielo. Comienzas a disfrutar las Sagradas Escrituras, cuando antes no las entendías, y te dan muchas ganas de orar, y te pones a leer la Biblia y cantas todo el día alabanzas al Señor. «¿Que me pasó?», te preguntas. ¡El Espíritu Santo vino a tu vida! ¡Él te cambió!

Por eso si quieres ser diferente, si quieres salir del pecado, invoca al Espíritu Santo. Si deseas vivir en paz en tu familia, invoca al Espíritu Santo. En todo lo que hagas, en todo lo que emprendas, invoca al Espíritu Santo. Él te asistirá, te consolará, te fortalecerá, y verás cómo tu vida cambia cuando recibes en ella la promesa del Espíritu Santo.


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