Descubre hoy: ¿En qué consiste la dignidad de la mujer?

La dignidad de la mujer

¿Dónde está mi verdadera dignidad como mujer? ¿Por qué experimento esta necesidad de ser feliz? ¿Cómo podré encontrar mi plenitud como persona? Seguramente alguna vez te has planteado estas preguntas, o algunas parecidas. Hoy vamos a dedicar este artículo de nuestro Blog a tratar de buscarle respuesta a algunos de estos interrogantes que palpitan en tu corazón de mujer.

La verdadera felicidad está en darse

Como Jesús en la cruz, eres feliz cuando te das

Pocos saben que la felicidad solo puede encontrarse en la experiencia de existir para los demás. Solamente podrás experimentar la felicidad si eres y te conviertes en un «don», como lo hizo Jesús. Y la cruz es el ejemplo más palpable de su entrega y donación.

Contempla a Jesús en la cruz: ahí Él está en absoluta comunión con Dios y con sus brazos extendidos a los hermanos. Porque la cruz es la posición de la ofrenda y del don hasta las últimas consecuencias. En ella Él se abrió para ser Don para el Padre y para los hermanos.

De la misma manera tú, como mujer, estás llamada a ser un don para los demás, un regalo, una ofrenda. Y las dos dimensiones en las que una mujer puede vivir esta vocación de ser don, de ser entrega incondicional a Dios y a los demás son la maternidad y la virginidad.

Por eso es en uno de estos caminos, en la maternidad o en la virginidad, en donde tú como mujer encontrarás tu realización más plena, tu felicidad más absoluta y tu verdadera dignidad. Porque es así como podrás hacer realidad el plan de Dios al crearte. Dios te hizo para que fueras un don para los demás. De esto hablamos hace un tiempo en un artículo de nuestro Blog que puedes leer haciendo clic aquí.

El pecado interrumpe tu realización como mujer

El pecado hiere la dignidad de la mujer

Sin embargo, hay una mala noticia que se llama «pecado», y que interrumpe el plan maravilloso que Dios había trazado para realizar contigo. El pecado es la negación de lo que es Dios y de lo que quiere Dios para ti. Cuando tú pecas rechazas el don de Dios, y al rechazarlo Dios es ofendido y tú quedas herida. (También sobre este tema ya hemos hablado en otro artículo, que podrás leer haciendo clic aquí).

¿Cuál es la herida que te deja el pecado? Es una herida en la imagen y semejanza con Dios, que como mujer creada por Él reflejabas límpidamente. Pero por el pecado esa imagen se ofusca, se rebaja, se desvirtúa. De tal manera que cuando el pecado interrumpe el plan de Dios en tu vida, también se interrumpe tu propia realización como persona, como mujer.

Porque tu dignidad como mujer se realiza en tu unión con Dios, en esa alianza que Dios te llama a hacer con Él. Solo podrás ser plena y feliz respondiendo a su llamado a ser mujer de Dios, pertenencia y propiedad de Él.

Las consecuencias que el pecado trajo sobre la mujer

El pecado enfrenta a la mujer con el varón

En este mundo marcado por el pecado, desde el principio la mujer entró en desventaja. Empezó a experimentar el sufrimiento, quedó sujeta a discriminación, a marginación, a un plano de inferioridad.

Ella había sido creada junto con el varón, de la misma manera, para gozar de los mismos derechos y privilegios, y por el pecado quedó sometida a él. La mujer quedó en desventaja en relación con el hombre.

Lo leemos en el libro del Génesis. Después del pecado, Dios le dijo a la mujer: «Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará…» (Gn 3,16).

¿Este era el plan de Dios? ¡No! Ambos habían sido creados a su imagen y semejanza, estaban llamados a vivir en comunión con Él y con sus hermanos, y así es como alcanzarían la plenitud, es decir la felicidad.

Pero aunque el plan de Dios se hubo distorsionado por el pecado, dejando de ser ambos una unidad, dejando de ser ayuda recíproca, tenemos un consuelo: ¡Con Jesucristo ha llegado la redención!

Jesucristo, el gran promotor de la dignidad de la mujer

Jesucristo es el gran promotor de la dignidad de la mujer

El mismo Jesucristo de ayer, de hoy y de siempre, así como levantó y dignificó a la mujer de su tiempo, quiere levantar hoy tu corazón y tu dignidad de mujer. Él te recuerda hoy que eres digna, amada y creada a imagen de Dios. Te dice que eres infinitamente amada por Él, y que estás llamada a recibir su amor.

La redención de Jesucristo te restituye el bien que perdiste por el pecado. Ese plan precioso que fue y que es rebajado por el pecado, te es devuelto por Jesucristo.

En el capítulo 5 de la carta Mulieris Dignitatem (de la que ya hablamos en otros artículos de nuestro Blog, como por ejemplo aquí), San Juan Pablo II explica la manera en la que Jesús se relacionaba con la mujer de su tiempo. De esa manera le devuelve el papel que Dios Padre le había dado desde el principio y que ella, por el pecado, había perdido.

Leyendo ese documento descubrimos cómo Jesucristo es el mayor y mejor promotor de la mujer de todos los tiempos. Él inició esta promoción de la mujer que hoy es tan importante.

Algunos ejemplos concretos

En una época en que la mujer era tratada como un ser de segunda por cuestiones culturales, provocaba estupor, sorpresa y hasta escándalo el hecho de que Él hablara con mujeres. Se sorprendían ante el trato que Él les otorgaba. Pero Jesús, a través de su enseñanza y de su trato, se encargó de restituirle a la mujer el papel que ella había recibido desde la creación, su lugar, su importancia. Veamos algunos ejemplos:

Jesús se relacionaba con las mujeres

La mujer encorvada (Lc 13,11)

Jesús la sana y la llama «hija de Abraham», título que solo recibían los hombres. Con ello pone de manifiesto que hombres y mujeres tenemos la misma dignidad.

La suegra de Pedro (Mt 8,14-15)

Apenas el Señor se entera de su necesidad no la pasó por alto, sino que va hasta donde ella se encuentra a sanarla. Y esta mujer agradecida se entrega generosamente a servirlo ante el favor recibido.

La hemorroísa (Mc 5,27)

Es una mujer doblemente marginada, ya que por su enfermedad no podía tocar a nadie. En su situación las mujeres eran excluidas y aisladas, marginadas en el trato con los demás. Jesús conversa con ella, no la rechaza, la alaba por su gran fe y la sana de su enfermedad.

La viuda de Naím (Lc 7,13).

Jesús acompaña el dolor de esta mujer, tiene piedad de ella. Siempre se muestra sensible a las necesidades y al dolor de la mujer. A ella le devuelve a su hijo resucitado.

La mujer cananea (Mt 15,28)

Jesús se siente enternecido ante la respuesta que esta mujer le da. La alaba por su fe, por su humildad, por su grandeza de espíritu, y obra un milagro a favor de su hija.

Todas ellas, al tener ese encuentro con Jesús y ser sanadas, liberadas, animadas, respetadas, escuchadas y comprendidas no se quedaron indiferentes ante su voz. Respondieron a su amor y le siguieron. Son parte del grupo de las primeras discípulas.

Pero no solo eso, sino que también la mujer fue motivo de varias enseñanzas de Jesús. Así, por ejemplo, encontramos a la mujer que busca una moneda perdida en la parábola de Lc 15,8-10. También es una mujer la que mezcla la levadura con la harina en Mt 13,33; y son mujeres las vírgenes prudentes de Mt 25,1-13. Asimismo, es una mujer viuda y pobre la que se vuelve modelo de generosidad, de entrega, de donación, y es alabada por encima de muchos en Lc 21,1-4. Jesús la reconoce, la exalta, y de esta manera muestra que Él no tiene complejos. Con todo esto Jesús mostraba el valor de las actitudes de las mujeres, y resaltaba la importancia de lo que ellas podían enseñar.

A través de todas sus palabras y a través de todos sus actos, Jesús expresa todo el respeto y el honor que Dios quiso dar desde el principio a la mujer, y que por lo tanto le es debido.

Jesucristo, el verdadero defensor de la dignidad de la mujer

Jesucristo es el verdadero defensor de la dignidad de la mujer

Como hemos visto, en todo momento Jesús sale al encuentro de la mujer, Él toma la iniciativa, la llama, la libera, la sana. Y la mujer responde de inmediato a estos detalles de amor de Jesús. Todas ellas se alegran por las maravillas que hace Jesús en ellas, y por eso le siguen con generosidad de entrega y con fidelidad hasta la cruz.

Jesús va revelando paulatinamente el misterio del amor del Padre a la mujer, mostrándole cuánto la ama Dios. Él mismo le manifiesta su amor, le ofrece su perdón y compasión. La rescata de la muerte, no la condena, más bien la libera de la condena y del castigo que los demás quieren infringirle, la defiende. Con esto la mujer experimenta la redención que Jesús le trae.

Hoy también Él es quien defiende verdaderamente la dignidad de la mujer. Él te muestra el valor que tienes ante el Padre como hija muy amada. Te muestra el amor que te tiene entregándose para que tú recuperes tu dignidad. Para que puedas vivir de acuerdo con la voluntad de Dios.

Por eso hoy puedes decirle:

«Jesús, amado Señor, gracias porque estás aquí. Gracias porque así como Tú quisiste amar a la mujer de tu tiempo, quisiste levantarla con ternura, amarla con fuerza y con valor, así también a mí me recuerdas y me dices cuánto me amas. Me recuerdas cuán valiosa soy para Ti, Jesús, cuán importante… Porque me amas, porque soy imagen y semejanza tuya. Gracias porque en Ti he encontrado la redención que me hace una mujer nueva, restaurada, liberada…»

Amén…

Un modelo para que imites

En María las mujeres tenemos un modelo para imitar

Y tienes un modelo para imitar en María. Ella es la nueva mujer redimida, el nuevo principio y modelo de la vocación y la dignidad de la mujer. ¡Sí! María es principio de esa dignidad, Ella es señal de que tú, como mujer, eres bendecida.

Cuando María expresa: «ha hecho en mi favor maravillas…», está experimentando en toda su riqueza el don personal de ser mujer, la gracia que significa la feminidad, el regalo que le ha venido de Dios. Con ella podemos redescubrir ese don que significa ser mujer. Por eso tú puedes decir con ella y como ella: «¡Ha hecho en mí maravillas…!»

Dios, el Altísimo, ha hecho en tu favor maravillas. Te invitamos a descubrir la clase de maravillas que ha hecho Dios en tu favor.

Tú has sido creada para el amor

La mujer ha sido creada para el amor

Has sido creada para amar, para ser fuente del amor de Dios, fuente de vida. La mujer, al recibir el amor de Dios, se vuelve canal de amor para los demás, canal del amor de Dios para el mundo.

De esta manera la dignidad de la mujer se relaciona íntimamente con el amor que recibe, pero también con el amor que da. Como mujer te dignificas en la medida en que amas y te entregas. Eres digna cuando vives en comunión con Dios y con los hermanos.

Por eso se dice que una mujer debe ser como una abeja, por la diligencia con la que se da, con la que trabaja y se entrega por el bien de los demás. Pero también debe ser como una flor, porque exhala su amor como un aroma agradable, como un aroma de santidad. ¡Sí! Estás llamada a ser una mujer santa, la encarnación del ideal femenino que Dios creó. Debes ser un modelo para otros cristianos: un modelo de seguimiento para otras mujeres, para tu familia, para tus hijos, para la Iglesia… Este ejemplo de santidad será tu respuesta de amor que, como mujer, ofrecerás a Dios y a este mundo tan sediento de verdaderos valores, de vida, de virtud.

Mujer: esta es tu gran vocación y dignidad

Amar es la gran vocación y la dignidad de la mujer

Por todo esto, disfruta de tu dignidad… ¡Sí! Eres digna, eres amada, eres valiosa ante los ojos de Dios, que te ha hecho objeto de su amor y misericordia. Eres mujer y estás destinada a realizarte en la comunión con Dios, disfrutando de ser su imagen y semejanza, entregándote al bien de los demás… Estás destinada a  encontrar en eso la felicidad y la plenitud de tu ser de mujer.

Déjate, pues, transformar por Dios. Acepta y abraza con alegría esta vocación grandiosa, y como María canta las maravillas del Señor, porque Él ha puesto sus ojos en ti, en la pequeñez de tu vida. ¡Gracias, Señor, por el gran don de ser mujer! ¡Gracias porque me has llamado a ser colaboradora tuya, porque Tú no quieres realizar tus planes sin mí! ¡Gracias!

Hoy la Iglesia te da gracias

La Iglesia le da gracias a la mujer

Para terminar esta reflexión sobre la dignidad de la mujer queremos recordar aquí la conclusión de Mulieris Dignitatem (el nº 31), la hermosa Carta de la que hemos hablado, que nos dedicó San Juan Pablo II. Es una palabra personal de agradecimiento de parte de la Iglesia para cada una de nosotras, las mujeres. Por tanto puedes sentir que es una palabra dirigida a ti:

«La Iglesia, por consiguiente, da gracias por todas las mujeres y por cada una: por las madres, las hermanas, las esposas; por las mujeres consagradas a Dios en la virginidad; por las mujeres dedicadas a tantos y tantos seres humanos que esperan el amor gratuito de otra persona; por las mujeres que velan por el ser humano en la familia, la cual es el signo fundamental de la comunidad humana; por las mujeres que trabajan profesionalmente, mujeres cargadas a veces con una gran responsabilidad social; por las mujeres “perfectas” y por las mujeres “débiles”. Por todas ellas, tal como salieron del corazón de Dios en toda la belleza y riqueza de su femineidad, tal como han sido abrazadas por su amor eterno; tal como, junto con los hombres, peregrinan en esta tierra que es “la patria” de la familia humana, que a veces se transforma en “un valle de lágrimas”. Tal como asumen, juntamente con el hombre, la responsabilidad común por el destino de la humanidad, en las necesidades de cada día y según aquel destino definitivo que los seres humanos tienen en Dios mismo, en el seno de la Trinidad inefable.

La Iglesia expresa su agradecimiento por todas las manifestaciones del “genio” femenino aparecidas a lo largo de la historia, en medio de los pueblos y de las naciones; da gracias por todos los carismas que el Espíritu Santo otorga a las mujeres en la historia del Pueblo de Dios, por todas las victorias que debe a su fe, esperanza y caridad; manifiesta su gratitud por todos los frutos de santidad femenina…» (MD nº 31).


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Mujer, sé lo que eres: la obra más hermosa de la creación, la imagen de Dios para el mundo


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