¿Te gustaría conocer al Gran Desconocido?

El Espíritu Santo, el Gran Desconocido

Está acercándose la fiesta grande de Pentecostés, por eso con muchísimo gusto queremos dedicar este post a hablar de la Persona del Espíritu Santo. Con mucha razón el notable teólogo Antonio Royo Marín lo llamó “El Gran Desconocido” porque lamentablemente, aunque muchas veces lo nombramos, no sabemos bien quién es.

Hoy te invitamos a acercarte un poquito a su Persona y a su acción para conocerlo más, aprender a amarlo y a invocarlo en todo momento. Así descubrirás el gran regalo que como Iglesia hemos recibido en Pentecostés: la presencia y la acción del Espíritu Santo, Tercera Persona de la Santísima Trinidad, Dios mismo, Amor del Padre y del Hijo, Fuego, Viento, Guía, Luz…

Para eso te puede ayudar mucho este pequeño extracto brevemente comentado del Catecismo de la Iglesia Católica que hoy te invitamos a disfrutar (CEC nº 687- 688; 691-701).

Pentecostés, fiesta del Espíritu Santo

Creo en el Espíritu Santo

“Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1Co 2,11). Esto es lo primero que nos dice el Catecismo sobre el Espíritu Santo: Él es quien nos revela a Dios, nos hace conocer a Cristo, su Verbo, su Palabra viva, pero no se revela a sí mismo. El Espíritu Santo, que “habló por los profetas” nos hace oír la Palabra del Padre.

Sin embargo a Él no le oímos. Solo lo conocemos en la obra mediante la cual nos revela al Verbo y nos dispone a recibir al Verbo en la fe. El Espíritu de verdad que nos “desvela” a Cristo “no habla de sí mismo” (Jn 16,13). Este ocultamiento tan discreto explica por qué “el mundo no puede recibirle, porque no le ve ni le conoce”, mientras que los que creen en Cristo le conocen porque Él mora en ellos (Jn 14,17).

Entonces… ¿Cómo podemos conocerlo?

A pesar de que el Espíritu Santo no se revele a Sí mismo, nos dice el Catecismo que la Iglesia Católica que podemos conocerlo en:

– las Escrituras que Él ha inspirado;

– la Tradición, de la cual los Padres de la Iglesia son testigos siempre actuales;

– el Magisterio de la Iglesia, al que Él asiste;

– los sacramentos y su liturgia, ya que a través de sus palabras y símbolos el Espíritu Santo nos pone en comunión con Cristo;

– la oración en la cual Él intercede por nosotros;

– los carismas y ministerios mediante los que se edifica la Iglesia;

– la vida apostólica y misionera;

– el testimonio de los santos, donde Él manifiesta su santidad y continúa la obra de la salvación.

¿Cuál es su nombre?

El Espíritu Santo es el Soplo de Dios

El nombre propio de Aquel a quien adoramos y glorificamos junto con el Padre y el Hijo es “Espíritu Santo”. Así es como lo nombró el Señor, y Él mismo ordenó a sus discípulos que bautizaran a toda la gente “en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo” (cf. Mt 28,19).

El término “Espíritu” es la traducción de la palabra hebrea Ruah, que significa soplo, aire, viento. Jesús utiliza precisamente la imagen sensible del viento para sugerir a Nicodemo la novedad transcendente del que es personalmente el Soplo de Dios, el Espíritu divino (Jn 3,5-8).

Los apelativos del Espíritu Santo

En la Sagrada Escritura encontramos otros nombres para hablar de la Persona del Espíritu Santo.

En primer lugar se vamos a destacar que cuando Jesús anuncia y promete su venida le llama el “Paráclito”, que significa literalmente “aquel que es llamado junto a uno”, advocatus (Jn 14,16.26; 15,26; 16,7). Habitualmente se traduce la palabra “Paráclito” por “Consolador”, siendo Jesús el primer consolador (cf. 1Jn 2,1). Por eso Jesús promete a sus discípulos que Él rogará al Padre para que les envíe “otro” Paráclito (Jn 14,16). El mismo Señor también llama al Espíritu Santo “Espíritu de Verdad” (Jn 16,13).

Además de su nombre propio, que es el más empleado en el libro de los Hechos y en las cartas de los Apóstoles, en San Pablo se encuentran los siguientes apelativos: el Espíritu de la promesa (Ga 3,14; Ef 1,13), el Espíritu de adopción (Rm 8,15; Ga 4,6), el Espíritu de Cristo (Rm 8,11), el Espíritu del Señor (2Co 3,17), el Espíritu de Dios (Rm 8,9.14; 15,19; 1Co 6,11; 7,40), y en San Pedro, el Espíritu de gloria (1P 4,14).

Los símbolos del Espíritu Santo

También encontramos en la Palabra de Dios algunos símbolos con los que se representa su acción:

El agua, símbolo del Espíritu SantoEl agua

El simbolismo del agua es especialmente significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu Santo, esta se convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento. Del mismo modo que la gestación de nuestro primer nacimiento se hace en el agua, así el agua bautismal significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina se nos da en el Espíritu Santo.

Pero “bautizados […] en un solo Espíritu”, también “hemos bebido de un solo Espíritu” (1Co 12,13). Y además el Espíritu es también el Agua viva que brota de Cristo crucificado (cf. Jn 19,34; 1Jn 5,8) como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna (cf. Jn 4,10-14; 7,38; Ex 17,1-6; Is 55,1; Za 14,8; 1Co 10,4; Ap 21,6; 22,17).

 

uncionLa unción

La unción con el óleo o aceite es también un símbolo muy representativo del Espíritu Santo, hasta tal punto de que se ha convertido en sinónimo suyo (cf. 1Jn 2,20.27; 2Co 1,21). Por eso en la iniciación cristiana es el signo sacramental de la Confirmación, que en las Iglesias de Oriente se llama “Crismación”.

Pero para captar toda la fuerza que este signo tiene, es necesario volver a la Unción primera realizada por el Espíritu Santo: la de Jesús. Para empezar, diremos que la palabra «Cristo» (“Mesías” en hebreo) significa “Ungido” del Espíritu de Dios.

En la Antigua Alianza hubo “ungidos” del Señor (cf. Ex 30,22-32), de forma eminente el rey David (cf. 1S 16,13). Pero Jesús es el Ungido de Dios de una manera única. La humanidad que el Hijo de Dios asume está totalmente “ungida por el Espíritu Santo”. Jesús es constituido “Cristo” (Ungido) por el Espíritu Santo (cf. Lc 4,18-19; Is 61,1).

En primer lugar, la Virgen María concibe a Cristo del Espíritu Santo, quien por medio del ángel lo anuncia como Cristo (Ungido) en su nacimiento (cf. Lc 2,11). Luego es también el Espíritu Santo quien impulsa a Simeón a ir al Templo a ver al Cristo del Señor (cf. Lc 2,26-27).

Además Cristo está lleno del Espíritu Santo (cf. Lc 4,1) y es su poder el que emana de Él en sus curaciones y en sus acciones salvíficas (cf. Lc 6,19; 8,46). Y por último es Él quien resucita a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 1,4; 8,11).

Finalmente, constituido plenamente “Cristo” en su humanidad victoriosa de la muerte (cf. Hch 2,36), Jesús distribuye profusamente el Espíritu Santo hasta que “los santos” constituyan, en su unión con la humanidad del Hijo de Dios, “ese Hombre perfecto […] que realiza la plenitud de Cristo” (Ef 4,13).

El fuego, símbolo del Espíritu SantoEl fuego

Mientras que el agua significa el nacimiento y la fecundidad de la vida dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. El profeta Elías que “surgió […] como el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha” (Si 48,1), con su oración, atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte Carmelo (cf. 1R 18,38-39), figura del fuego del Espíritu Santo que transforma lo que toca.

Más tarde, en el Nueva Testamento, Juan Bautista, “que precede al Señor con el espíritu y el poder de Elías” (Lc 1,17), anuncia a Cristo como el que “bautizará en el Espíritu Santo y el fuego” (Lc 3,16), Espíritu del cual Jesús dirá: “He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!” (Lc 12,49).

En la mañana de Pentecostés el Espíritu Santo se posó  sobre los discípulos en forma de lenguas “como de fuego” y los llenó de Él (Hch 2,3-4). La tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego como uno de los más expresivos de la acción del Espíritu Santo. Recordemos también las palabras de San Pablo: “No extingáis el Espíritu” (1Ts 5,19).

La nube y la luz simbolizan al Espíritu SantoLa nube y la luz

Estos dos símbolos son inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Desde las teofanías (manifestaciones de Dios) del Antiguo Testamento, la Nube, unas veces oscura, otras luminosa, revela al Dios vivo y salvador.

Descubrimos la nube y la luz con Moisés primero en la montaña del Sinaí (cf. Ex 24,15-18), luego en la Tienda de Reunión (cf. Ex 33,9-10) y más tarde durante la marcha por el desierto (cf. Ex 40,36-38; 1Co 10,1-2). También estará con Salomón en la dedicación del Templo (cf. 1R 8,10-12).

Pues bien, estas figuras son cumplidas por Cristo en el Espíritu Santo. Él es quien desciende sobre la Virgen María y la cubre “con su sombra” para que Ella conciba y dé a luz a Jesús (Lc 1,35). Más tarde, en la montaña de la Transfiguración, es Él quien “vino en una nube y cubrió con su sombra” a Jesús, a Moisés y a Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y «se oyó una voz desde la nube que decía: “Este es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle”» (Lc 9,34-35). Por último, la misma nube es la que “ocultó a Jesús a los ojos” de los discípulos el día de la Ascensión (Hch 1,9), y la que lo revelará como Hijo del hombre en su Gloria el Día de su Advenimiento (cf. Lc 21,27).

El sello es símbolo del EspírituEl sello

Este es un símbolo cercano al de la unción. En efecto, Cristo es aquel a quien “Dios ha marcado con su sello” (Jn 6,27), y el Padre nos marca también en Él con su sello (2Co 1,22; Ef 1,13; 4,30). Como la imagen del sello indica el carácter indeleble de la Unción del Espíritu Santo en los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden, esta imagen se ha utilizado en ciertas tradiciones teológicas para expresar el “carácter” imborrable impreso por estos tres sacramentos, los cuales no pueden ser reiterados.

La mano simboliza al Espíritu de DiosLa mano

Imponiendo las manos Jesús cura a los enfermos (cf. Mc 6,5; 8,23) y bendice a los niños (cf. Mc 10,16). En su Nombre, los Apóstoles harán lo mismo (cf. Mc 16,18; Hch 5,12; 14,3). Más aún, mediante la imposición de manos de los Apóstoles el Espíritu Santo nos es dado (cf. Hch 8,17-19; 13,3; 19,6).

En la carta a los Hebreos, la imposición de las manos figura en el número de los “artículos fundamentales” de su enseñanza (cf. Hb 6,2). La Iglesia ha conservado en sus epíclesis sacramentales este signo de la efusión todopoderosa del Espíritu Santo. Por eso cuando en la Misa se invoca al Espíritu Santo antes de la Consagración del pan y del vino, el sacerdote impone las manos sobre las ofrendas que serán consagradas.

El dedo es símbolo del Espíritu Santo de DiosEl dedo

Por el dedo de Dios expulso yo los demonios” declaró Jesús a los que no creían en Él después de expulsar a un demonio que era mudo (Lc 11,20). Si la Ley de Dios ha sido escrita en tablas de piedra “por el dedo de Dios” (Ex 31,18), la “carta de Cristo” entregada a los Apóstoles “está escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón” (2 Co 3,3). El himno Veni Creator invoca al Espíritu Santo como “dextrae Dei Tu digitus” (dedo de la diestra del Padre).

La paloma es el símbolo más común para representar al Espíritu SantoLa paloma

Al final del diluvio (cuyo simbolismo se refiere al Bautismo), la paloma soltada por Noé vuelve con una rama tierna de olivo en el pico, signo de que la tierra es habitable de nuevo (cf. Gn 8,8-12). Después, cuando Cristo sale del agua de su bautismo, el Espíritu Santo, en forma de paloma, baja y se posa sobre Él (cf. Mt 3,16 y paralelos).

De la misma manera, el Espíritu desciende y reposa en el corazón purificado de los bautizados. Por eso el símbolo de la paloma para sugerir al Espíritu Santo es tradicional en la iconografía cristiana.

Deseamos para ti que el Espíritu Santo habite siempre en tu corazón y conduzca tu vida. Para eso sobre todo te invitamos a que sigas conociéndolo e invocando su presencia y su acción. Puedes compartir tus experiencias con el Espíritu Santo en los Comentarios de más abajo. ¡Anímate!

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