Meditación sobre el Salmo 91: DIOS NOS PROTEGE EN EL PELIGRO
En estos tiempos difíciles que estamos viviendo, cuando todo a nuestro alrededor nos habla de peligro, de inseguridad, de riesgos; cuando todo es incertidumbre y temor, más que nunca necesitamos con urgencia afirmarnos en Dios. Hoy nos hace mucha falta asentar nuestra fe en la Roca que no falla, redescubrir que Él es la seguridad de nuestras vidas, y una vez más volver a confiar en su amor y su cuidado. Necesitamos experimentar que Dios nos protege en el peligro.
En la Biblia podemos encontrar tres Salmos que de manera especial prometen la protección de Dios para los fieles en el momento de la prueba. Son el 46, el 91, y el 121. Hoy te invitamos a meditar con nosotras en el Salmo 91. (Para esta reflexión nos apoyaremos en el libro “Meditemos en los Salmos”, de Hugo Estrada).
El Salmo 91 se presta muy bien para analizar las promesas de protección en el peligro que el Señor ofrece a los que lo aman de verdad. Procuremos darnos una respuesta sincera a lo que por la fe creemos con respecto a estas promesas de ser liberados de todo peligro, si somos fieles al Señor.
Antes de comenzar, una aclaración: Dios cumple lo que promete

Muchas veces tenemos la tentación de hacerle prometer a Dios lo que no ha prometido. Y pensamos que, porque rezamos, o porque creemos en Dios, estamos eximidos de que nos pasen cosas malas. Entonces, cuando nos sucede algo muy desagradable, nos sentimos defraudados por Dios y le echamos en cara que no cumplió con lo que nos había prometido.
En el libro citado, el autor relata estas experiencias que le tocó vivir:
En cierta oportunidad, unas piadosas señoras me llevaban en su vehículo a bendecir un hospital. Antes de iniciar el viaje, me invitaron a rezar y me dijeron que cuando rezaban, la policía no las detenía durante el camino. Lo cierto es que durante aquel viaje, la policía nos detuvo tres veces para las inspecciones de rutinas que son muy molestas. Les hice reflexionar que, a pesar de que la policía nos había estorbado durante nuestro viaje, yo seguía creyendo que llevábamos la bendición de Dios con todas las de la ley. No por rezar vamos a ser eximidos de los contratiempos propios de todo ser humano. Lo importante es seguir confiando en Dios en todo momento, creer que Él está siempre con nosotros, a pesar de los accidentes y contratiempos, que nunca faltan en nuestra existencia.
“Meditemos en los Salmos”, de Hugo Estrada
Esto significa que es peligroso tomar al pie de la letra estas promesas que leemos en la Palabra de Dios. Necesitamos estudiar, entender el contexto en el que estas palabras fueron escritas, para comprender lo que en realidad quieren decir. Porque si nos quedamos solo en lo que el texto dice “literalmente”, al ver que en la vida las cosas no nos suceden como lo habíamos soñado, nos podemos desilusionar de Dios. Y podemos empezar a creer que la Biblia nos engaña, o que es un cuento para niños crédulos.
Teniendo esto en cuenta, comenzaremos nuestro estudio-meditación del Salmo 91.
Introducción: Viviendo al amparo del Altísimo…

El Salmo se inicia con la invitación que hace el sacerdote del templo al rey David para que ponga toda su confianza en el Señor:
Aquí se dice claramente que para estar seguros de que Dios nos protege necesitamos cumplir con dos condiciones:
- habitar al amparo del Altísimo, y
- vivir a la sombra del Omnipotente.
Habitar o morar a la sombra de Dios indica una íntima relación con Dios. En este Salmo no se refiere, entonces, al rezador ocasional, que acude a Dios solamente en los momentos de emergencia en su vida. La expresión “vivir a la sombra de Dios” alude a la costumbre de pasar una vigilia de oración en el santuario. Es decir, se trata de una persona de una profunda y perseverante oración.
El sacerdote del tabernáculo ha podido apreciar cómo David ha pasado la noche con mucha devoción en oración en el santuario. Por eso al amanecer le conforta y le asegura que, ya que tiene una relación tan íntima con Dios, y porque es un hombre de profunda oración, debe estar seguro de que Dios será para él un refugio, un alcázar en los momentos de peligro.
Los peligros de los cuales Dios nos protege

A continuación, el sacerdote comienza a hacer una larga lista de peligros de los cuales Dios librará al orante:
¿En qué sentido el hombre bueno va a ser librado de todos estos peligros? En una nota, la Biblia de Jerusalén comenta: “Este Salmo desarrolla la enseñanza tradicional de los sabios sobre la protección divina concedida al justo”.
Como la Biblia se explica con la Biblia, vamos a descubrir ahora qué dicen dos libros del Antiguo Testamento sobre esta doctrina tradicional. Se trata de los libros de Job y de Tobías. También veremos algunos ejemplos del Nuevo Testamento, especialmente de Jesucristo y de su Madre, la Virgen María, y del apóstol San Pablo (haz clic en este enlace para conocer un poco más a este gran santo). Y además nos apoyaremos en el testimonio de don Bosco, un santo que puede enseñarnos mucho en este aspecto.
¿Qué significa que Dios protege al justo?
Job es un santo, y se le vienen encima innumerables calamidades. Tobías también es justo, y mientras practica la caridad va a quedar ciego. Luego, en el Nuevo Testamento, nos encontramos con Pablo que también es un santo: basta que los enfermos toquen sus pañuelos y quedan sanados (Hch 19,11-12). Sin embargo, él mismo sufre de una enfermedad que lo tortura (Ga 4,13; 2Co 12,7). Por último, san Juan Bosco tiene un extraordinario don de sanación, pero él mismo es un enfermo. ¡Su médico lo llamaba “un gabinete patológico ambulante”!
Jesús nos vendrá a aclarar estos conceptos, porque el Señor viene a perfeccionar la revelación. Con su propia vida nos enseñará que Dios nos protege, pero esto no implica que seremos eximidos del dolor, de los accidentes o de las tribulaciones. Jesús es el Santísimo, el Santo de los Santos, pero al mismo tiempo es el “Siervo sufriente”, el “Varón de dolores”. Su Madre, la Virgen María, es la “llena de Gracia”, pero también es la mujer con una espada de dolor que atraviesa su corazón.
Esto quiere decir que los sufrimientos y las tribulaciones no son una maldición. Llevar la cruz a imitación de Jesús nos santifica, y hace que la imagen de Dios aparezca más clara en el cristiano.
¿Cómo vivieron la tribulación todos estos personajes?
La reacción de Job ante sus indecibles sufrimientos primero fue de reclamo: no podía entender cómo le sucedían a él, que era bueno, tantas calamidades. Entonces creía que Dios lo estaba castigando injustamente.
Por eso Dios se le manifestó y le hizo ver que no tenía ningún derecho de cuestionarlo. Y cuando Job comprendió su error, pidió perdón. En ese momento se dio cuenta de que antes solo conocía a Dios “de oídas”, y ahora lo conocía tal cual es. Porque el sufrimiento le sirvió para conocer más profundamente a Dios.
Mientras Job no aceptó su situación sufrió mucho, y casi llegó a desesperarse. Pero cuando se hincó y aceptó la voluntad de Dios, le volvieron la salud y la paz al corazón.
Tobías, en cambio, no protestó. Siguió creyendo que Dios es sabio y bueno, y que si permitía su ceguera, eso era lo más conveniente para él (Tb 3,1-3). En la reacción de Tobías se aprecia la serenidad en medio de la prueba.
Por su parte, Pablo fue a parar a la cárcel por ser testigo de Jesús. En la prisión no se sintió abandonado de Dios, sino que a media noche entonaba himnos de alabanza. Pablo no le pidió cuentas a Dios: lo alababa porque entendió que su sufrimiento pertenecía al plan de Dios (Hch 16,25).
A san Juan Bosco se le incendió la imprenta, que tanto sacrificio le había costado y que le era muy útil para su labor pastoral. Cuando le dieron la noticia, lo único que el santo dijo fue: “Sea bendecido el nombre del Señor”. Con esta expresión el santo demostraba que aceptaba lo que Dios permitía, hasta las últimas consecuencias.
Todos estos santos al sufrir los duros reveses de la vida no esgrimieron contra Dios las promesas del Salmo 91 para echarle en cara que les había fallado. Como podemos ver, ninguno de ellos le reclamó nada a Dios. Más bien lo bendijeron y aceptaron lo que Él había permitido para ellos. Si hubieran tomado al pie de la letra las promesas del Salmo 91, hubieran tenido pruebas suficientes para protestar contra lo que Dios había permitido en sus vidas. Porque los verdaderos santos nunca piensan que Dios les ha prometido eximirlos de las tribulaciones propias de la vida.
Ángeles liberadores

A continuación, el sacerdote del tabernáculo, en nombre de Dios, le indica a David que no debe tener miedo, pues en los días de peligro el Señor enviará a sus ángeles para que lo libren de toda desgracia, de las plagas, de los áspides y de las víboras:
Fue un ángel caído el que se le acercó a Jesús en el desierto durante su retiro espiritual y le propuso un medio fabuloso de evangelización: que se lanzara desde lo más alto del templo. No debía preocuparse, pues el Salmo 91 aseguraba que Dios enviaría a sus ángeles para que su pie no tropezara en la piedra. Jesús llamó a esta tentación “tentar a Dios”, es decir, pretender que Dios resuelva nuestra manera de obrar haciendo milagros (Mt 4,5-7). Eso es intentar manipular a Dios, y también puede ser una tentación para nosotros.
En el huerto de los Olivos, un ángel llegó para consolar a Jesús en su oración agónica antes de iniciar la pasión (Lc 22,43). En ese momento no hubo ningún ángel que se hiciera presente para impedir que capturaran a Jesús y lo llevaran al martirio. Pedro, valientemente, sacó su espada e hirió a un soldado, pero Jesús le hizo ver que no era la hora de la violencia, sino “su hora”, la que Dios había marcado para que Él se entregara para ir a la cruz. Jesús, le hacía ver que muy bien podría pedir a su Padre legiones de ángeles (Mt 26,51-53). Pero no era el momento de los ángeles buenos, sino de los ángeles malos que lo llevarían a la muerte.
En la vía dolorosa hacia el Calvario no hubo ángeles visibles que impidieran que el pie de Jesús tropezara contra las piedras. El Señor tropezó muchas veces y cayó doblegado por el peso de la cruz. Tampoco hubo ángeles visibles junto a su cruz. Claro que estaban invisiblemente rodeándolo, aunque Jesús en ese momento no lograba verlos. Tampoco lograba captar la presencia del Padre y del Espíritu Santo. Pero ellos estaban íntimamente unidos a Jesús en su martirio.
Los enemigos de Jesús creyeron que habían terminado con Él. Pero a los tres días se hicieron presentes los ángeles, ahora sí, para anunciar que Jesús había resucitado. Parecía que los ángeles habían desaparecido, pero estaban presentes, impidiendo que Jesús fuera vencido por el poder de las tinieblas.
Los ángeles y su misión
La palabra “ángel” viene del griego “angelos”, y significa “mensajero”. Por lo tanto, los ángeles son los mensajeros de Dios para ejecutar sus órdenes.
Los ángeles de la Biblia no tienen alas ni plumas, como nosotros los imaginamos. El ángel que acompañó al joven Tobías, por ejemplo, iba camuflado de viajero, un viajero normal y corriente.
Seguramente has experimentado, en alguna ocasión en que estabas en apuros, que de pronto un ángel se acercó a ti y se solucionó tu problema. Todo parecía perdido y, resulta que saliste victorioso. ¡Eran los ángeles de la resurrección que se hacían presentes después de que, aparentemente, te habían abandonado y habían permitido que tropezaras con todas las piedras del camino!
La promesa de Dios para sus hijos fieles se cumple siempre. Porque, recuérdalo, no se nos promete ser eximidos del mal, sino salir victoriosos en Jesús, después de haber superado la batalla contra los poderes del mal. ¡Es cierto que los ángeles de Dios no permiten que nuestro pie tropiece contra las piedras del camino! ¡Es cierto que Dios nos protege!
¡Qué bien nos hace pasar por el desierto de la prueba! Ahora nos sentimos más limpios, más cerca de Dios…
Caminar sobre áspides y víboras

Una vez se presentaron en televisión los miembros de una secta con serpientes en las manos. Citaban la promesa de Jesús de que a los que tenían fe tomarían serpientes en las manos y no les haría daño (Mc 16,18). Los exhibicionistas de la secta, al estilo de los fakires, mostraban las serpientes y afirmaban que por su fe, las serpientes no les podían causar daño.
Ciertamente las palabras de Jesús no tienen nada que ver con ese exhibicionismo fanático. La fe no es para volverse payaso y vanagloriarse ante los demás. Los auténticos santos nunca convierten su fe en un espectáculo. Más bien se distinguen por su pudor, por su constante deseo de pasar inadvertidos.
El Salmo 91 promete a los que tienen una íntima comunión con Dios que podrán pasar sobre áspides y víboras sin que les causen ningún daño:
Aquí “áspides y víboras”, “leones y dragones”, simbolizan los poderes diabólicos. En el Evangelio de san Lucas, a los 72 discípulos que retornan con gozo de su misión evangelizadora, testimoniando que los demonios les obedecían en nombre de Jesús, el Señor les recuerda que Él les dio poder para caminar sobre serpientes y escorpiones (Lc 10,19).
A sus seguidores que tienen fe, el Señor les ha concedido poder contra las fuerzas maléficas, para defenderse de ellas y para defender a los demás. Por eso estamos seguros de que en el nombre del Señor tenemos poder contra el demonio que, como león rugiente, busca devorarnos (1P 5,8).
La realidad del sufrimiento del justo
Todo esto es muy cierto, pero no hay que cerrar los ojos para no ver una realidad horrible y misteriosa. Según la Biblia, el Señor, a veces, permite al espíritu del mal que se acerque a nosotros y nos zarandee.
Esto se puede apreciar de manera especial en el libro de Job. El demonio le pide permiso a Dios para causarle males a Job, asegurándole que, cuando se viera sin riquezas y enfermo, este terminaría por maldecirlo. Misteriosamente, el Señor le da permiso (Job 1,9-12).
Es cierto que en el libro de Job el autor emplea un género literario, que es como una especie de teatro, con actores y diálogos. Pero el mensaje es claro, aunque misterioso: Dios permite al diablo que se acerque a Job y le cause daño.
Esto se ve confirmado en el Nuevo Testamento, cuando en la última cena el Señor le anticipa a Pedro que el diablo ha pedido permiso para zarandearlos como al trigo (Lc 22,31). Pero Jesús también le dice a Pedro: “Yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos” (Lc 22,32).
A muchos santos se les acercó también el diablo y les causó daño, como a Job. El santo Cura de Ars, san Juan Bosco, el Padre Pío, son ejemplos de cómo Dios puede permitir que el demonio cause daño a alguno de sus hijos queridos.
¿Por qué Dios permitió que el diablo zarandeara a Job, a Pedro y a los demás santos mencionados? ¿Quién lo sabe? San Agustín escribe que cuando Dios permite algo malo, solo puede ser para un bien. Lo que sí podemos apreciar en estos santos es que ellos tuvieron el poder de “caminar sobre áspides y víboras”, y que salieron más que victoriosos en Jesús.
¿Qué hacer ante esta realidad?
Es bueno tomar en cuenta este aspecto tan repugnante y misterioso de la vida espiritual para que no nos desorientemos al encontrarnos con casos semejantes, que nunca faltan en la vida, y que nos pueden suceder también a nosotros.
San Pablo no cerró los ojos ante esta terrible realidad. En su Carta a los Efesios, señaló que vivimos en un mundo poblado de “malas presencias” (Ef 6,12). Incluso confesó que él mismo tenía un “emisario de Satanás que lo abofeteaba” (2Co 12,7). Seguramente se refería a su “espina” (su limitación física) que le causaba serios problemas en su vida.
Pero Pablo no nos invitó a tenerle miedo al demonio, sino más bien a que nos pongamos “la armadura de Dios” (Ef 6,13 y ss.). Por eso, cuando estamos cubiertos por la fe, la verdad, la Palabra de Dios y la oración, sabemos que en Jesús saldremos más que vencedores. Esta es la enseñanza de Jesús y de la Iglesia.
Protección asegurada

Después de una larga y fervorosa vigilia de oración, se escucha la voz de Dios. Es la respuesta de consolación para el orante afligido que ha pasado la noche en el tabernáculo del Señor:
El Señor comienza explicando que la protección especialísima que le promete a David es porque el salmista “lo ama”, porque “lo conoce”. En la Biblia el verbo “conocer” se emplea para indicar una relación muy íntima. Por eso las promesas de protección del Salmo 91 no son para el rezador interesado, que acude a Dios solo en las emergencias de su vida, sino para el que, como David, vive en una comunión constante con Él.
Dios le promete a David que lo “protegerá”. Una traducción dice bellamente: “Lo pondré en lo alto”. Entonces la promesa de Dios es colocarlo en un lugar seguro, en lo alto, donde el mal no lo alcance. Lo va a “separar” para tenerlo muy cercano a su Corazón, como una persona muy amada.
También le promete “escuchar” su oración. La Biblia resalta el poder de la oración del que tiene íntima comunión con Dios. Santiago afirma: “La oración del hombre justo tiene mucho poder” (St 5,16).
La promesa más hermosa del Salmo 91
Entre las promesas del Salmo, es importante resaltar la que dice: “Con él estaré en la tribulación” (v. 15). Aquí claramente el Señor no le anuncia al salmista que será eximido de toda tribulación. Más bien le promete que durante la tribulación estará siempre junto a él.
Muchos, al leer el Salmo 91, han creído que el Señor les promete librarlos de todo peligro y accidente. ¡Pero el Señor no promete eso! Lo único que garantiza es que durante la tribulación no abandonará a los que son sus fieles servidores, como David.
Hay otra cosa que el Señor ofrece al salmista, y es “glorificarlo” y “mostrarle su salvación”. A la luz de la revelación de Jesús, podemos entender que aquí se nos está dando un adelanto de la promesa de Jesús de conceder la vida eterna, en el cielo, a los que crean en Él (Jn 11,25). Esa vida eterna en donde, según el Apocalipsis, ya no habrá “ni luto, ni dolor, ni llanto” (Ap 21,4).
Después de su larga vigilia de oración, David recibió de Dios estas inigualables promesas de protección, que también son para ti y para los que buscan a Dios con sincero corazón y permanecen en su Palabra. Así lo confirma Jesús en el Evangelio de san Juan (Jn 15,8-10).
Concluyendo: ¡Confía! Dios nos protege

El Salmo 91 abunda en consoladoras promesas para los que tienen íntima comunión con Dios. Es verdad que no se nos garantiza que seremos eximidos de peligros, de accidentes, de los contratiempos propios de la existencia humana. Pero lo que sí está claro es que Dios nos protege, que Él nos asegura su amparo a los que vivimos a la sombra de sus alas.
En el Evangelio con frecuencia se presenta a los apóstoles en una barquita. Allí siempre les suceden cosas desagradables: una vez es una tormenta tremenda que los aterroriza (Mt 8,23-27); otra vez creen ver un fantasma que se acerca hacia ellos (Mt 14,22-33); durante toda una noche fracasan en su intento de pescar (Lc 5,4-5)… Pero siempre, de manera imprevista, Jesús se hace presente. Los salva del problema, los reprende por su falta de fe, por sus muchos aspavientos.
Sin embargo, lo que llama la atención es que Jesús no llega en seguida, cuando comienza el problema. Da la impresión de que el Señor se hace esperar. Es que el tiempo de Dios no corresponde a nuestro tiempo. Bien decía san Pedro que para Dios “mil años son como un día, y un día como mil años” (2P 3,8). Pero lo importante es que Jesús siempre llega, y con su presencia se van el miedo y la desesperanza, y reinan la paz, la confianza y la seguridad.
Por eso lo decisivo en estos momentos difíciles es que Jesús esté en nuestra barca; que estemos en comunión con Él. Porque si hemos sacado a Jesús de nuestra barca por medio del pecado, no nos debemos extrañar de que el pavor nos invada y nos derrote.
Si Jesús es un ausente en tu vida, si te has independizado de Él, no hay promesas de protección que valgan. Vas por tu cuenta y riesgo. Has elegido un camino que no es el de Jesús, el camino donde imperan las fuerzas del mal. Pero si Él es el dueño y Señor de tu vida, ¡entonces no tengas miedo! Él se ocupará de mostrarte su salvación.
A veces, por tu desconfianza, las olas comenzarán a tragarte y te parecerá que estás perdido. En ese momento sentirás la férrea mano de Jesús que, como a Pedro, te agarrará y te dirá: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” (Mt 14,31). Y sonriendo, agregará: “Si crees que yo estoy frente a ti, ¿por qué no piensas en mí en lugar de centrar tu atención en el bramido de las olas?”.
A esta confianza plena en el Señor te deben llevar las consoladoras promesas del Salmo 91. En estos días de peligro, más que nunca, son reconfortantes las palabras: “A sus ángeles ha dado órdenes de que te guarden en tus caminos” (v. 11).
¡Es verdad! Dios nos protege… ¿Qué más podemos desear?
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