La Cuaresma ha sido, es y será un tiempo favorable para convertirnos y volver a Dios, que es un Padre lleno de misericordia. Porque, como aquel muchacho del que Jesús nos habla en el Evangelio (cf. Lc 15,11-32), que se fue de la casa del padre y le ofendió con una vida indigna y desenfrenada, nosotros también nos hemos alejado de Dios.
Siempre habrá actitudes renovadas que necesitemos cultivar para vivir como verdaderos hijos de Dios. Pero un paso seguro de conversión es una buena confesión de nuestros pecados. Dios siempre tiene las puertas de su casa abiertas de par en par. Su Corazón se rompe en pedazos mientras no comparta con nosotros su amor hecho perdón generoso. ¡Ojalá fueran muchos los pecadores que valientemente volviéramos a Dios en esta Cuaresma! Así, una vez más experimentaríamos el calor y el cariño de nuestro Padre Dios.
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Pero además de renovar nuestras actitudes frente a la vida; además de una buena confesión de los pecados, nuestra Santa Madre Iglesia nos recomienda unas prácticas muy concretas para vivir durante la Cuaresma. Así llegaremos preparados y limpios interiormente para vivir espiritualmente la Semana Santa, con toda la profundidad, veneración y respeto que merece. De todo esto hablaremos en este artículo.
Las tres prácticas especiales de la Cuaresma
El Ayuno
Llamamos “ayuno” a la privación voluntaria de comida durante algún tiempo por motivo religioso. Es un acto de culto ante Dios.
En la Biblia el ayuno puede ser señal de penitencia o de expiación de los pecados. También expresa oración intensa o la voluntad firme de conseguir algo. Otras veces, -como en los cuarenta días que pasaron Moisés en el monte o Elías o Jesús en el desierto-, subraya la preparación para algún acontecimiento importante.
El ayuno es símbolo y expresión de la renuncia a todo lo que nos impide realizar en nosotros el proyecto de Dios. Por eso es una de las mediaciones privilegiadas de todo tiempo penitencial. Nos ayuda a revisar nuestra vida y a buscar a Dios.
En esta Cuaresma te proponemos ayunar no solo de comida y bebida, sino también de otras cosas… ¿Qué puedes ofrecerle a Dios en estos días santos? Así repararás tus pecados y harás un pequeño sacrificio y un acto de amor.
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Ayuno y abstinencia de cosas incluso buenas y legítimas… Por ejemplo, de televisión, de internet, de diversiones, de cine, de bailes… Ayuno y abstinencia, también, de todo lo que te ofrece la sociedad de consumo y que estimula y satisface los sentidos… Ayuno que significará renunciar a todo lo que alimenta tu tendencia a la curiosidad, a la sensualidad, a la disipación de los sentidos, a la superficialidad de vida. Este será un ayuno agradable a Dios porque preparará tu corazón para un encuentro más profundo y amoroso con Él.
La Oración
El cristiano no ora solo para llamar a Dios en su socorro, para pedirle las cosas que necesita. Ora porque tiene necesidad de expresarle a Dios su alabanza, su admiración, su reconocimiento, su alegría… Porque quiere estar unido a Él, y por eso quiere hacerlo con la mayor frecuencia posible, aun en medio de sus ocupaciones.
Tu trabajo puede ser un modo de glorificar a Dios si se lo ofreces de una manera explícita. Sin embargo es importante y necesario que hagas un alto en tus actividades. Reserva un tiempo especial durante el cual te acerques a Dios y Él se acerque a ti.
Jesús nos enseña: “Tú cuando ores entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está allí, en lo secreto…” (Mt 6,6). Nos deja total libertad en lo que se refiere a la cantidad, la duración y el horario de nuestra oración. Pero espera que oremos cada día. Por tanto no debes orar “porque es la hora”. La oración tiene que ser para ti tanto un deber como una necesidad. En esta Cuaresma, resérvale libremente en tu día determinados momentos.
En el secreto de la oración encontrarás a Dios. Búscalo para adorarlo, darle gracias e implorar su perdón. Al mismo tiempo que tú te abres a Él, Él se revelará a ti. Responderá a tus invocaciones y te pedirá que acojas las suyas. La oración te hará entrar así en su pensamiento y te permitirá exponerle filialmente tus necesidades. Por eso tu oración debe ser confiada, sabiendo que tu Padre conoce todas tus necesidades y vendrá en tu ayuda.
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La Limosna
La limosna designa un sentimiento de compasión. Es el impulso que nos lleva a aliviar a todo el que tiene una pena.
Recuerda que Jesús extendió la exigencia de la caridad hasta querer y hacer a los demás el bien que deseamos para nosotros mismos. Por lo tanto un discípulo suyo no puede pasar indiferente al lado de alguien que sufre.
El dar limosna no consiste solo en aliviar la desgracia ajena. Ante todo es compartir su sufrimiento. Para el cristiano la caridad comienza a partir del momento en que se priva de algo o se empobrece por los demás. Y el Padre celestial es el único que lo ve, allá en lo secreto. Por eso Jesús recalca: “Cuando des limosna, que no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha…” (Mt 6,2-3).
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La limosna es el encuentro de dos manos que se tienden una hacia otra, las manos de dos hermanos que se juntan. Y el más emocionado y el más dichoso de los dos no es el que recibe, sino el que da. Porque más que un deber, la limosna tiene que llegar a ser una necesidad de tu corazón con respecto a los que sufren.
¿Puedes pensar fríamente que existen cerca de ti unos seres humanos como tú, hijos de Dios como tú, que no están seguros del mañana? ¿Que hoy están pasando hambre? ¿Puedes estar tranquilo sabiendo que hay cerca de ti familias enteras amontonadas en lugares indignos, imposibles de mantener limpios? ¿Puedes pasar indiferente ante esos niños que no pueden crecer? ¿Ante esas madres que no pueden criarlos? ¿Ante esos ancianos que acaban sus vidas en la indigencia?
¿Y por qué ellos y no tú? Hay hombres como tú, mujeres como tú, jóvenes como tú, que quieren trabajar para procurarse el alimento, el vestido, y todo lo que les hace falta, pero el mundo les cierra las puertas. ¿Y vas a limitarte a acusar los defectos de la sociedad y los errores de los políticos, cuando puedes, aunque solo sea un poco, aliviar su sufrimiento y su inquietud?
Hay cerca de ti enfermos que han perdido toda esperanza de curación. ¿Y no va a oprimirse tu corazón ante ese pensamiento? Cerca de ti hay hogares rotos… Hay seres traicionados y abandonados, que maldicen una vida demasiado cruel… Hay jóvenes que ya gastaron su vida… Niños que piensan en el suicidio como única salida… ¿Y vas a quedarte indiferente?
Ni tu conciencia ni tu corazón deberían estar tranquilos en tanto no hayas participado en su desgracia… En tanto no les hayas dado una parte de la dicha de que gozas. Y cualquiera que sea la manera en que tu compasión se manifieste -don material, de tu tiempo, de tu amistad, de tu oración- todas esas formas de la limosna cristiana serán una obra de justicia fraterna.
Convertirse es cambiar de mente y de corazón
La conversión es un cambio profundo de la mente y del corazón. Te empiezas a convertir cuando te das cuenta de que algo debe cambiar en ti, y te decides a cambiar. Para esto debes apartar decididamente de tu vida todo lo que te aleje de Dios. Por eso la conversión exige que se dé primero un arrepentimiento del pecado.
El pecado hunde sus raíces en la mala disposición del corazón del hombre, que se sitúa en una actitud de egoísmo y de cerrazón, y se proyecta en una vida construida al margen de los mandamientos de Dios.
El pecado mortal supone un fallo en lo fundamental de la existencia cristiana y excluye del Reino de Dios. Este fallo se expresa en situaciones, en actitudes o en actos concretos que te apartan de Dios. Además te enfrentan a tus hermanos e incluso te orientan en contra de tu propio bien.
Jesús te invita a convertirte
La predicación pública de Nuestro Señor Jesucristo empezó con una llamada a la conversión: “El tiempo se ha cumplido y se acerca el Reino de Dios; conviértanse y crean en la Buena Nueva” (Mc 1,15). Más adelante irá explicando las características del Reino. Pero desde un principio advierte que hace falta una postura nueva de la mente para poder entender el mensaje de salvación.
El siguiente paso será abrir el corazón a la luz nueva: “Dios es luz y en Él no hay tiniebla alguna” (1Jn 1,5). San Juan explica las posibles actitudes ante la propuesta de Jesús diciendo: “Todo el que obra el mal, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean censuradas. Pero el que obra la verdad viene a la luz para que sus obras sean manifiestas, pues están hechas en Dios” (Jn 3, 20-21).
Todos los hombres llevan en su interior la posibilidad de una oposición a Dios. Por el pecado original la naturaleza humana ha quedado debilitada y herida en sus fuerzas naturales. La inteligencia se mueve entre oscuridades y cae fácilmente en engaños. La voluntad se inclina maliciosamente hacia conductas pecaminosas. Las pasiones y los sentidos experimentan un desorden que les lleva a rebelarse al impulso de la razón.
Convertirse es, en definitiva, cambiar de actitud, desandar el camino andado. Es una vuelta a Dios, del que el hombre se había apartado por su mala conducta, por sus malas obras, es decir, por el pecado. Convertirse es orientarse nuevamente a la luz.
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Esa vuelta a Dios, que es fruto del amor, incluirá también una nueva actitud hacia el prójimo, que también ha de ser amado.
La Cuaresma es un tiempo favorable para cambiar, para convertirse.
https://www.discipulasdejesus.org/wp-content/uploads/2018/02/cuaresma-tiempo-conversion.jpg350500Discípulas de Jesúshttps://www.discipulasdejesus.org/wp-content/uploads/2017/08/discipulas-de-jesus-logo.gifDiscípulas de Jesús2018-02-14 13:21:122020-06-30 16:34:30Cuaresma, tiempo de conversión
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