¿Qué pasó en el camino de Damasco?
En la Fiesta de la Conversión de San Pablo es bueno meditar sobre lo que sucedió en el camino de Damasco. Parecía que Pablo lo tenía todo claro, y sin embargo quedó confundido ante la luz de Dios. Y tuvo que aprender a verlo todo con otros ojos, con otro poder: con los ojos y con el poder de Dios. Dios le reveló a su Hijo Jesús en su interior… ¡Y de qué manera!
De perseguir a Jesús, pasó a ser alcanzado por Jesús, fascinado por Jesús, amado por Jesús. De creer que estaba en la posesión absoluta de la verdad, pasó a tener que buscarla a tientas, como un ciego.
Este encuentro con Jesús trastocó totalmente su escala de valores. Lo que antes tenía por riqueza ahora, comparado con Cristo, le pareció pura basura. En Cristo apareció para Pablo otra lógica de Dios, insospechada. ¡Cuánto significó Cristo para él! Atrás quedó el Pablo fariseo, y surgió, como un milagro, el Pablo enamorado de Cristo.
Dios le cambió mucho más que la mentalidad… ¡Le cambió toda la vida! Lo introdujo en el tiempo nuevo de Jesucristo, en el tiempo de la salvación. Y al instante él quedó convencido de que ya solo podía vivir para Cristo y para el Dios que había mostrado su poder:
- dando muerte al pecado en la muerte de Cristo
- llamando a todo a la vida en la resurrección de Cristo
- y haciendo a Cristo Señor de todo lo creado.
El perfume de la gratuidad que él experimentó sigue llenando de fragancia el mundo entero.
Te invitamos a tomarte un rato para esta meditación: el Señor tiene mucho que decirte desde la experiencia de este gran hombre de Dios. Y después, anímate a compartir tus reflexiones en los comentarios…
“Para mí la vida es Cristo”
Esta oración de Pablo tiene su origen, su raíz y su fuente en la experiencia fundante de su encuentro con Cristo en el camino hacia Damasco.
La Conversión de Pablo la narra Lucas por tres veces en el Libro de los Hechos (en los capítulos: 9,1-22; 22,5-6; 26,10-18). El mismo Pablo la relata en Gal 1-2. Todas sus Cartas están impregnadas y sustentadas en esta experiencia. Su ser y su quehacer están traspasados por este acontecimiento que trastocó su vida y cambió su escala de valores.
Así nos lo dice él:
Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo, y ser hallado en Él, no con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe de Cristo. No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús… (Flp 3,8-12).
Hoy vamos a adentrarnos en el misterio de Gracia que rompió el molde de Pablo de Tarso e hizo de él un hombre nuevo, un hombre libre, universal. Vamos a intentar descubrir cómo fue que murió Saulo, el perseguidor y nació Pablo, el Apóstol de Jesucristo. Destacaremos cuatro rasgos de este acontecimiento:
- Saulo, celoso adorador de Yahvé Sebaot
- Del Dios Uno al Dios Trino
- Un nuevo estilo de fraternidad
- Vivir en Cristo y anunciar a Cristo
1. Saulo, celoso adorador de Yahvé Sebaot
Saulo, estudiante en los últimos años de su carrera rabínica, es un «lanzallamas» ortodoxo monoteísta que oyó una blasfemia de boca del judeo-cristiano Esteban.
No necesitaba ninguna conversión, si por conversión se entiende la acción de dejar el ídolo falso y volverse al Dios verdadero.
Toda su vida estaba orientada hacia la Ley, la Torá. Como buen rabino sabía de memoria los 613 preceptos, los cumplía estrictamente y los hacía cumplir, porque en ellos se revelaba la voluntad de Dios.
Él mismo hace su carta de presentación: “Circuncidado el octavo día; del linaje de Israel; de la tribu de Benjamín; hebreo e hijo de hebreos; en cuanto a la Ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la Iglesia; en cuanto a la justicia de la Ley, intachable…” (Flp 3,5-6).
Un hombre de una sola pieza, celoso capaz de actuar con violencia, y así lo hizo persiguiendo a los cristianos. Podemos situarlo en la línea del Profeta Elías: “Ardo de celo por el Señor Dios de los ejércitos…” (1Re 19,10).
¿Por qué perseguía Pablo a los cristianos?
Según él lo veía, eran una secta que:
Identificaban al Mesías de Israel con un crucificado, un condenado a muerte, un “maldito de Dios” (Cf. Dt 21,22-23), poniendo así en riesgo la grandeza de la esperanza judía.
Rompían las fronteras de la Ley judía juntándose judíos y gentiles, en nombre de ese Cristo crucificado.
Vivían desligados de los medios de salvación propuestos por el judaísmo, por haber encontrado en Cristo resucitado el principio de su verdadera salvación.
Saulo era buen judío, celoso, un hombre de bien, recto. Buscaba la verdad y defendía el honor de Yahvé Sebaot, el Señor, Dios de los Ejércitos. No rendía culto a dioses falsos. Él estaba con el Dios verdadero, el único Dios de Israel.
La primera vez que aparece su nombre es en el Libro de los Hechos, presenciando la confesión de fe de Esteban y su lapidación. Saulo aprueba su muerte y reacciona con violencia. Cree tener que defender a ese Dios a quien está entregado. Por eso, hacía estragos en la Iglesia; entraba por las casas, se llevaba por la fuerza hombres y mujeres, y los metía en la cárcel (Cf. Hch 8,1.3).
Y respirando amenazas y muerte contra los discípulos del Señor (Hch 9,1), consigue documentos de policía religiosa de parte del Templo para arrestar y traer presos a Jerusalén a los judeo-cristianos de Damasco.
Lo que Lucas relata en el libro de los Hechos es lo que el mismo Pablo afirma en Ga 1,13b-14: “Pues ya estáis enterados de mi conducta anterior en el Judaísmo… cuán encarnizadamente perseguía a la Iglesia de Dios y la devastaba y cómo sobrepasaba a muchos de mis compatriotas en el celo por las tradiciones de mis padres…”
2. Del Dios Uno al Dios Trino
Dios ama a Saulo. Ve su corazón verdadero y apasionado y le va a hacer un regalo, el Don más precioso que Él puede hacer. Le va a regalar a su Hijo.
Veamos el relato del libro de los Hechos (9,1-22): “Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente un relámpago lo envolvió con su resplandor, cayó a tierra (no se habla de ningún caballo) y oyó una voz…”
En todas las teofanías bíblicas el profeta ve y oye algo. Es una forma de decirnos que el profeta tiene una fuerte experiencia de Dios, que Dios se acerca a su vida y le llama, le confía una misión.
Por ejemplo:
⇒ Isaías 6: El profeta está en el Templo lleno de humo, y ve unos serafines que aletean y gritan “¡Santo, Santo, Santo, Yahvé Sebaot! Llena está toda la tierra de su gloria…” Oye la voz del Señor que le dice: “¿A quién enviaré? ¿Y quién irá de parte nuestra?”
⇒ Ex 3: Moisés en la Montaña del Horeb ve una zarza que arde sin consumirse. Se acerca a mirar y Yahvé le llama: “Moisés, Moisés… quítate las sandalias porque el lugar que pisas es sagrado… Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham…”
⇒ Ex 19: Es el relato de la gran teofanía en el Monte Sinaí, donde Yahvé va a pronunciar el Decálogo, la Alianza.
⇒ Incluso Jesús vio los cielos abiertos y la paloma; y oyó la voz del Padre que decía: “Tú eres mi hijo amado…”
La Teofanía de Saulo
Camino a Damasco Saulo se vio envuelto por una Luz cegadora. Y dialogó con aquella Luz:
– Saulo, Saulo, ¿por qué ME persigues?
– ¿Quién eres TÚ, Señor?
– YO soy JESÚS a quien tú persigues.
¿A quién perseguía Saulo? A los cristianos de Damasco.
¿Por qué los perseguía? Por su acendrado monoteísmo, que no podía aceptar que Jesús, el crucificado-maldito de Dios, fuera proclamado blasfemamente «Señor».
Para el casi-rabino Saulo, el que hablaba siempre en las teofanías era Yahvé Sebaot, el Dios de los Ejércitos. Por eso ahora pregunta: “¿Quién eres Tú, Señor?”
Saulo podría esperar algo así como: “Yo soy Yahvé”, tal como se había manifestado a Moisés. Pero lo trastornante para Saulo es que ese “Yo Soy” se asocia a Jesús, hijo de José, de Nazaret, crucificado-maldito de Dios. Pocos años más tarde escribirá que Dios Padre “tuvo a bien revelarle a su Hijo…” (Ga 1,16).
Una nueva imagen de Dios aparecerá en Pablo. En todas sus cartas llamará a Dios “Padre de Nuestro Señor Jesucristo”. Y este Hijo es su propia vida. Le vive dentro: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí. La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí…” (Ga 2,20).
Otra revelación
Luego este Hijo de Dios, este Jesús, le dice que está siendo perseguido por él. ¿Cómo puede Saulo perseguir al Señor, y dónde lo persigue? Aquí tuvo otra revelación impresionante: persiguiendo a los hermanos de Cristo, Saulo persigue a Cristo.
Tras los cristianos está Cristo y lo que se haga al hermano pequeño se hace al Hermano Mayor, el Primogénito entre muchos hermanos (Rm 8,29).
Como a Isaías en el Templo (Is 6) y a Jesús en el Jordán con ese “Tú eres mi Hijo” (Lc 3,22), a Pablo camino a Damasco el Padre le reveló a Su Hijo, y el Hijo le reveló que sigue vivo en los cristianos que él quería eliminar por blasfemos…
Ciego por tanta luz
Y aquella luz le cegó por tres días, barriendo toda la teología basura que tenía en su mente.
Esta es la gran experiencia de Pablo. Recibió gracia tras gracia. Dios le reveló el gran Misterio de Amor-Salvación. La Trinidad y la Iglesia al mismo tiempo. Ciertamente que se quedó ciego, ciego por tanta luz.
En sus cartas Pablo hablará de esta experiencia de gracia en el camino: Cuando su interior arde de ira y celo por defender al único Dios de los Ejércitos, al tres veces Santo, y por conservar la pureza de sus tradiciones, una “Luz-Gracia” le ensancha la conciencia. Y ve, envuelto en oscura ceguera, que en aquellos desgraciados que persigue, vive Jesús de Nazaret, Aquel a quien quiere destruir.
Al mismo tiempo escucha que su Único Dios ya no es un solitario, sino que vive en comunión con el Hijo y el Espíritu Santo.
3. Un nuevo estilo de fraternidad
Esta experiencia de que persiguiendo a los hermanos de Cristo, persigue a Cristo, y de que lo que se haga al hermano más pequeño se le hace al Hermano Mayor, el Primogénito entre muchos hermanos, le quedó a Pablo grabada a fuego en las entrañas.
Las palabras “Yo soy Jesús, a quien tú persigues” seguramente llevaron a Pablo a pensar que:
Escuchando al hermano escuchas a Cristo…
Marginando a los pobres marginas a Cristo…
Despreciando al hermano desprecias a Cristo…
Sirviendo a los hermanos sirves a Cristo…
Caminando con el hermano, caminas con Cristo…
Murmurando contra el hermano, murmuras contra Cristo…
Pecando contra el hermano, pecas contra Cristo…
En sus cartas tenemos varias referencias morales a este tema. El caso más claro está en 1Co 8. Merece la pena leer todo el capítulo. Habla de dos cristianos: uno liberado de la creencia de que el idolotito (carne ofrecida a los dioses) está contaminada de idolatría, y el otro que aún no está liberado, a quién Pablo llama “de conciencia débil”.
Enfrentándose, Pablo, al fuerte o liberado le dice y advierte que, empujando al débil a pecar, peca contra Cristo: “Pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo su conciencia débil, pecáis contra Cristo…” (1Co 8,12).
El milagro de la fraternidad
Esta experiencia de comunión la desarrolla bellamente Pablo con la imagen del cuerpo:
Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu… (1Co 12,12 ss).
Los cristianos forman el cuerpo de Cristo, es decir, son el mismo Cristo/Mesías corporizado, en una comunidad donde cada miembro vive al servicio de los otros. En el Cuerpo que es Cristo no hay inferiores ni señores, pero hay tareas y “ministerios” distintos. ¡En la Iglesia hay lugar para todos! ¡La Iglesia somos todos! Un milagro de fraternidad…
Cómo superar las dificultades
En las comunidades, debido a los “falsos hermanos”, corre riesgo esta fraternidad fundada en Cristo. El mensaje fundamental de la carta a los Gálatas es la afirmación básica de la unidad de todos en Cristo, que se funda en la libertad y se expresa en el amor: “Todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, ya sois descendencia de Abraham, herederos según la Promesa…” (Ga 3,27-29).
Cuando en las comunidades surgen dificultades o rivalidades, Pablo los exhorta a poner los ojos en Cristo Jesús y a tener sus mismos sentimientos (Flp 2,6-11). Él, siendo Dios, se ha hecho esclavo de los hombres en un camino de servicio y de amor hasta la muerte, y muerte en cruz.
Por eso los cristianos, cimentados y arraigados en este amor de Cristo, que sobrepasa todo conocimiento humano, podemos amarnos los unos a los otros. El mismo Espíritu derrama el amor de Cristo en nuestros corazones.
Hasta que no creamos y confiemos en un Dios Padre “que me amó y me envió a su Hijo” y que este Hijo “me amó tanto que se entregó a sí mismo por mí” no descubriremos el impulso de la entrega a los demás.
Con todo esto San Pablo nos invita
a acoger la gracia y la libertad de Dios Padre,
a vivir la fe en Jesús Resucitado presente y vivo entre nosotros. que hace nuevas todas las cosas,
a dejarnos conducir por el Espíritu Santo que teje el amor universal en un mundo roto y dividido, grávido de esperanza y comunión.
4. Vivir en Cristo y anunciar a Cristo
De ahora en adelante Pablo será Testigo de Cristo. Él se enamoró de Cristo, lo hizo la motivación de su vida, y por eso ya no puede callar lo que ha visto y oído…
Vamos a hablar de este testimonio de Cristo en Pablo desde dos imágenes: a Luz y el Perfume.
La Luz
Pues el mismo Dios que dijo: “De las tinieblas brille la luz”, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo… (2Co 4,5).
La experiencia de Cristo en Pablo es como una Luz que Dios Padre, Creador, ha encendido en su corazón. Pero no para que quede encerrada en él, sino para que la irradie como esplendor que se comunica.
Toda su persona irradia el Rostro de Cristo. La Luz que el Padre enciende en su corazón es el Rostro de su Hijo y esa Luz-Rostro es lo que Pablo reflejará a lo largo de toda su vida.
En el Evangelio de Juan la Luz se hizo humana: “Yo soy la Luz del mundo…” (Jn 8,12). En las entrañas de Pablo la Luz es Cristo Jesús, el Señor Resucitado, que vive en los cristianos. Esa Luz se irradiará más y más hasta abrazar a los gentiles, a los que Pablo es enviado a anunciar el Evangelio de la Gracia, el Evangelio de la Luz de Cristo.
El Perfume
¡Gracias sean dadas a Dios, que nos lleva siempre en su triunfo, en Cristo, y por nuestro medio difunde en todas partes el olor de su conocimiento! Pues nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo entre los que se salvan y entre los que se pierden… (2Co 2,14-15).
Pablo es el buen olor de Cristo. Cristo vive en su interior inundándolo de Gracia, de Belleza y de Verdad. Y a través de la palabra, del gesto y de la obra de Pablo, se expande, obra al exterior, llenándolo todo de un Amor nuevo y universal.
Y así, quienes ven a Pablo perciben al Cristo que vive en él.
Conclusión
El libro de los Hechos termina diciendo que Pablo “predicaba el Reino de Dios y enseñaba lo referente al Señor Jesucristo con toda valentía, sin estorbo alguno…” (Hch 28,31).
Jesús proclamó el Reino de Dios. Y Pablo, su seguidor y Apóstol, proclamó a Jesús, el Señor, como el Reino de Dios. Toda su vida estuvo configurada a la del Hijo, reflejo fiel de Dios Padre. Por eso pudo decir: “Para mí, la vida es Cristo”.
Que esta fiesta nos llene de su mismo amor por Jesucristo y de su celo por extender el Reino. Que con San Pablo podamos decir: “¡Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí…!”
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