Con María espera a Aquel que viene
La espera de María
María espera al Niño que ya está presente. Ella vive en la promesa de la Navidad, pero sabe que desde el momento en que ha dado su sí todo ya está cumplido. Su espera no es un vacío que más tarde será colmado, su espera misma ya es una parte del cumplimiento de la promesa del Cristo, que se revelará en su nacimiento. Y ella será la primera que tendrá la gracia de ver al Niño.
En toda espera humana existe un cierto temor, una cierta inquietud. Por lo general uno no sabe si saldrá airoso, si corresponderá en el momento decisivo, si ha dispuesto bien todas las cosas para que el acontecimiento inminente pueda recibir su forma correcta y adecuada.
María, en cambio, tiene la certeza de que el Niño que está esperando es Dios mismo. El Padre le ha enviado el ángel para anunciárselo. Y ella, dando su asentimiento, participa de antemano en lo que viene. No tiene que inquietarse ni afligirse. Lo que el presente trae, eso es. ¡Es Dios el que viene! Él trae el cumplimiento que Él mismo es. Y con su cumplimiento también trae la posibilidad de salir airosos y de corresponder de los que son con Él.

Con María espera la humanidad
A medida que el tiempo avanza, la venida inminente se vuelve más y más perceptible para la Madre. Al mismo tiempo, ella ve a los hombres más y más claramente a la luz de la redención que está viniendo. Para ella, todo lo que un día el Hijo realizará está ahora como contenido en ella, y así participa de manera muy íntima en todo lo que viene. Pero para María esto no es lo importante, sino únicamente lo que el Hijo realizará. Ella solo es punto de partida que se recoge en vista de la donación, que espera en el cumplimiento de Dios. Y precisamente esta espera es su modo de participar en la realización.
Al celebrar el Adviento con ella y al contemplar en la oración su misterio, es bueno que dejemos de lado por un momento lo que sabemos sobre el cristianismo y la vida eclesial para regresar a esta célula originaria de la vida cristiana y ver al Señor como el que viene y cumple la promesa.
En su venir, Él ya regala. A su Madre le regala la certeza de su propia misión y esta certeza contiene el conocimiento seguro de la redención del mundo. Y este regalo no se detiene en ella: por medio de ella va a la Iglesia, hasta llegar a nosotros. Nosotros tenemos parte en ese regalo.
Cuando María se encuentra en su entorno con gente conocida, los ve bajo el punto de vista de la redención. Ellos también son aquellos a los que ha de llevar a su Hijo. Y así el círculo se va ampliando a los desconocidos, a los que encuentra casualmente, a los lejanos que nunca verá y que no conoce. Todos tienen necesidad de la misma redención. Por eso ella tiene algo para dar a todos: su Hijo. Así ella se alegrará por todos, porque puede agraciar a todos.
María nos invita a esperar

En su misión existe algo que no podía preverse cuando dio su asentimiento y que ahora se hace visible: la inclusión de todos los demás, el que todos estén presentes en la espera del Redentor. También aquellos que aún no han llegado a saber nada de esto, que no pueden comprenderlo. El cumplimiento está en Dios.
Pero también está en la vocación, en el ponerse a disposición, en la disponibilidad y en el perseverar de María; y, por tanto, en su invitación a todos a estar presentes y a colaborar, a compartir con ella el ser parte, con el fin de que participen en la fiesta que el Hijo le prepara a su Madre, sin que se debilite a través del tiempo, y con el fin de que la Navidad se haga realidad para cada uno, en ese momento, hoy y en la eternidad.
En este recogimiento del fluir de todos los tiempos en el tiempo del Adviento yace, escondido en el fondo, el misterio de María: cómo ella se pliega, se somete, sigue, comprende, obedece, ama. Siendo invitados podemos participar con ella en su esperanza, fundada en su misión y, por ésta, en la misión de cada persona que comparte la fe.
Tal vez no exista una preparación mejor a la Navidad que este saber que estamos incluidos en la oración de la Madre, incluidos en su certeza, libres de todo temor e inquietud. Porque por la gracia del Hijo nosotros corresponderemos a Su espera, el día que Él venga a nosotros.
Tomado de un texto de Adrienne von Speyr.
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