La amistad con Dios: tu principal vocación
Dios no creó al hombre para tener una criatura, sino para tener un amigo. El ser humano es el único ser en la creación que ha sido amado por sí mismo, que ha sido llamado, que tiene la vocación de vivir en una relación íntima y profunda con Dios. Por eso dice el Catecismo de la Iglesia Católica que el hombre es “el único ser capaz de Dios” (nº 27). Esto significa que el ser humano es el único ser que puede vivir en diálogo, en amistad con Dios.
Y este llamado, esta vocación que tiene el hombre a vivir en amistad profunda, viva y personal con Dios, tú la vives cuando correspondes a ese amor personal, único, incondicional, fiel y eterno con una respuesta de amor. Es una respuesta que se expresa en el deseo de agradarle haciendo su voluntad, de cumplir sus mandamientos… Por eso dice Jesús: “El que me ama cumple mis mandamientos” (Jn 14,21).
Cuando das esta respuesta todo en tu vida comienza a tener sentido. Porque entonces cualquier cosa que haces -la oración, el servicio, las relaciones, el trabajo, el ocio- es una manifestación de ese amor con el que quieres corresponder a Dios y no actitudes frías, mediocres o apáticas.
Las tres dimensiones de esta vocación de amistad con Dios
Estás llamado a vivir una fuerte relación con Dios Trinidad. Necesitas vivir esta experiencia de amistad viva y profunda con cada una de las Personas de la Santísima Trinidad. Esta es la esencia del llamado a la santidad que todos tenemos, es tu principal llamado. Desde aquí se va a originar el camino o estado de vida que te permitirá alcanzar la santidad.
Nuestro Dios es Trinidad, esto quiere decir que es Uno solo en Tres Personas distintas. Y por eso mismo, porque son “distintas”, tu modo de relacionarte con cada una de Ellas debería ser también especial, diferente.
Tu relación con Dios Padre: como su hijo amado
Dios te ama y te ha creado por amor y para amar. Has sido creado a su imagen y semejanza. Y has sido privilegiado, pues tienes el alto llamado, la alta vocación a vivir como hijo de Dios. Esto es lo que Jesús ha venido a revelarnos: que Dios es nuestro Padre. Y por lo tanto debes aprender a vivir como hijo suyo. Y esta debe ser una relación cálida, de confianza, de abandono… En fin, una relación de amor.
Tu relación con Jesús: como su discípulo, su hermano, su amigo
El deseo del Padre es que todo tenga a Cristo por Cabeza. Estás, pues, llamado a vivir bajo su autoridad, haciéndolo el Señor de tu vida, entregándole todo cuanto eres y tienes. Estás llamado a dejarte guiar por sus criterios, a asumir su manera de pensar, de sentir, de actuar… A hacerlo tu Maestro, a ser su discípulo, a imitarlo, a vivir con Él y como Él.
Pero Jesús quiere que seas su amigo: “Ya no los llamo siervos, ahora los llamo amigos…” (Jn 15,15). Por eso debes relacionarte con Él como con tu amigo, tu pastor, tu compañero de camino, confiando en Él y dejándole tomar todo cuanto hay en tu vida: “Vengan a Mí los que están cansados por sus cargas y yo les daré descanso” (Mt 11,28). Jesús quiere que te dejes sanar, que te dejes transformar, liberar por su amor.
Tu relación con el Espíritu Santo: como su propiedad y pertenencia; como su dirigido, su defendido, guiado y amparado por Él
Estás llamado a ser casa, templo de Dios mismo. Dios Espíritu Santo vive y mora en ti. Debes ser consciente de esta realidad y descubrir al Espíritu Santo en ti mismo, amarle en ti mismo. Y darle permiso, libertad de que actúe, de que te gobierne, te dirija, te transforme. Él quiere que tú experimentes sus dones y sus carismas, pero tú debes dejarlo actuar en tu vida. Además es Él quien va a defenderte de todos los ataques del enemigo. Es tu Abogado, tu Defensor, tu Protector. Por tanto debes aprender a dejarte amparar y defender por Él.
Bloqueos o barreras para vivir este llamado a la amistad con Dios
Pero… ¿Por qué a veces sientes que te cuesta tanto vivir este llamado, esta vocación a la amistad con Dios? ¿Qué cosas te impiden o te bloquean a la hora de relacionarte con Él?
De manera general podemos decir que hay tres impedimentos:
Tú mismo
¡Sí! Tu propio pecado, tu carne, tu inclinación a hacer aquello que desagrada a Dios. Preguntará San Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Dios?” Y el Señor podría responderte: “Solo tú, si quieres…” Porque ante tu negativa a su amor, ante tu cerrazón a su llamada, ante tu libertad… Dios no puede actuar. Este es el pecado contra el Espíritu Santo del que habla Jesús en Mt 12,31. Dios no puede perdonar este único pecado: el del hombre que se cierra al amor, al perdón, a la amistad, a la misericordia, al diálogo con Él…
Satanás
Él te odia, te aborrece, y no desea que tú seas feliz al lado de Dios. Por eso va a intentar por todos los medios posibles alejarte de la amistad con Dios. Esa es su manera de actuar desde el principio de los tiempos, desde la creación del mundo. Entonces va a engañarte, a seducirte, a decirte toda clase de mentiras para que te apartes de Dios. Porque lo que él quiere es tu muerte, tu destrucción. Y eso lo logra cuando puede separarte de Dios.
El mundo
Es decir, todos los criterios, ideas, pensamientos, valores e ideologías que se manejan en el mundo y que son contrarias a Dios, a sus deseos, a sus mandamientos, a su voluntad. ¡Cuántas cosas te enseña el mundo que van en contra de Dios! Muy sutilmente todos estos antivalores se van metiendo en tu manera de pensar y de obrar… Y cuando menos te diste cuenta se apoderaron de ti y te alejaron totalmente de Dios, porque te pusieron en contra de Él.
Otros bloqueos específicos
Estas son las barreras o bloqueos que te apartan de Dios de manera general. Pero además de ellas, y hablando específicamente de tu relación con cada una de las tres Divinas Personas, podemos mencionar las siguientes:
Bloqueos en tu relación con Dios Padre
Bloqueos en tu relación con Jesús
Bloqueos en tu relación con el Espíritu Santo
¿Cómo superar estos bloqueos?
Todo esto puede ser eliminado de tu vida si se lo pides al Señor. Piensa que Él es el primero que quiere establecer una relación de amistad contigo, es el primer interesado en tener tu amor. Por lo tanto, ora, pídele al Señor que Él te sane, que transforme tu vida, que quite tus temores… Pídele que destruya los muros que te separan de Él, que derribe todas las barreras… Si tú pones todo de tu parte, ten por seguro que Dios hará lo demás.
Empieza hoy mismo a vivir este llamado, esta amistad con Dios. Disfruta de tu Papá del Cielo. Haz que Jesús sea verdaderamente tu Maestro y Señor, tu Dueño, tu amigo fiel, tu hermano… Deja todo miedo y dale la libertad al Espíritu Santo para que te transforme, te cambie, te llene de Él.
Vive ya tu vocación de hijo de Dios. Comparte con Jesús una auténtica amistad. Sé verdadero templo del Espíritu Santo.
Dios, que te ama, no te podrá dar otra cosa que lo mejor para ti.
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La ignorancia de los dones del Espíritu Santo, y en general de la vida sobrenatural en su forma pasiva-mística, implica un desconocimiento de la verdadera vida cristiana. Si nosotros tratáramos de explicar qué y cómo es una rosa a una persona que desconociera esta flor, y le describiéramos con todo cuidado cómo es un botón de rosa, que apunta en un tallo, o un capullo apenas abierto, no lograríamos comunicarle el conocimiento de lo que de verdad es una rosa; para eso sería preciso que le describiéramos esta flor en su estado de pleno desarrollo. Del mismo modo sucede con la vida cristiana. Quien sólo la conoce por las descripciones de su fase ascética inicial, ignora lo que la vida cristiana es en plenitud.
El Espíritu Santo es la más ignorada de las tres Personas divinas. El Hijo se nos ha manifestado hecho hombre, y hemos visto su gloria (Jn 1,14). Y viéndole a Él, vemos al Padre (14,9). Pero ¿dónde y cómo se nos manifiesta el Espíritu Santo?
Por otra parte, la misión del Hijo es glorificar -manifestar y dar a amar- al Padre: «yo te he glorificado sobre la tierra» (17,4). Y la misión del Espíritu Santo es justamente la de glorificar al Hijo -darle a conocer y a amar por el ministerio de los apóstoles y de toda la Iglesia-: «él me glorificará» (16,14). Pero ¿quién se encarga de glorificar al Espíritu Santo?
Aquella ignorancia de los primeros cristianos efesios, «ni hemos oído nada del Espíritu Santo» (Hch 19,2), viene a ser ya una precaria tradición entre los cristianos hasta el día de hoy.
Es algo evidente, sin embargo, que la vida espiritual cristiana es la vida producida por el Espíritu Santo en los fieles de Cristo. Y que no podremos, por tanto, entenderla bien sino conociendo bien quién es el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, Dominum et vivificantem, y cómo es su continua acción en los cristianos.
Las primeras investigaciones de la teología se orientaron en seguida hacia el misterio de la Trinidad, y produjeron altísimas obras tanto en el Oriente como en el Occidente. Pensemos en los escritos de Ireneo (+200), Hilario (+367), Atanasio (+373), Basilio (+379), Agustín (354-430), etc.
Y la acción del Espíritu Santo en los cristianos, tema central de la espiritualidad antigua, halla su más precisa exposición, concretamente, en Santo Tomás de Aquino, cuando enseña su doctrina sobre los hábitos (STh I-II,49-54), las virtudes (ib. 55-67), y muy especialmente sobre los dones del Espíritu Santo (ib. 68). En su enseñanza, y en la que da directamente sobre el Espíritu Santo (I, 36-38) y la gracia (I-II, 109-113), hallamos la más profunda exposición teológica de la vida espiritual cristiana.